El refugio BIDERDI visto desde la subida a Larrentxu. |
Los fines de
semana de invierno aparcar en mi barrio es misión imposible. En verano, no. Que
parece que todos los vecinos tengan casa en el pueblo a la que mudarse. Pero
una es de Bilbao y la única cosa mala que tiene ser de Bilbao es que careces de casa de pueblo a la que ir en verano. Aunque, a decir verdad, tampoco es que
importe mucho porque precisamente en verano es casi cuando mejor se está en el
Botxo.
Pues, eso. Que
entre los fieles de la iglesia evangelista que parece que todos vengan en
coche; los antiguos niños del barrio que ahora, ya mayores, vienen a comer a
casa de sus padres; y la ertzaintza que frecuenta el comedor de la benemérita
donde se debe comer de fábula, los del barrio nos quedamos sin sitio para dejar los coches.
Pero, además,
esta vez tocaban cambios en el tráfico rodado para permitir la celebración del
Triathlon de la Villa. Así que la que esto escribe a pesar de que es muy
protestona, pero también muy afín con los deportistas, decidió utilizar el
transporte público para evitarse problemas. Y de todos los posibles destinos
que se me ocurrieron, finalmente me decanté por algo tan liviano como ir en
tren hasta Arranku para desde allí volver andando hasta casita. El caso es que
ese destino de última hora me iba a deparar una agradable sorpresa.
La última vez que
recorrí el conocido camino de la Fuente del Espino no coincidí con José Miguel,
a la sazón impulsor y por ende también obrero del refugio Biderdi, construcción que a
partir de ya nos encontraremos en nuestro ir y venir por el famosísimo sendero.