La muralla rocosa de los Montes de La Peña, Lastra (719 m)
y pantano de Ordunte
Fin de semana de chicos. Mucho sofá, videoconsola y cervecitas. Así que el Rubio me pide un poco de actividad al aire libre. Se te han alineado los planetas, le digo, porque mira tú por dónde, todavía tengo sin lavar los pantalones que llevaba ayer cuando me di una monumental culada.
¡Buena culada!
Y como una mira mucho por la ecología, y no me va nada eso de prendas de un solo uso, me vuelvo a poner el forro de ayer, todavía con restos de barro, y los mismos pantalones que acariciaron mimosos la corteza del singular Tejo de Pagoeta.
Fue un día memorable porque, además de poder admirar de cerca el magnífico tejo pude liberar a una pobre boveja del macabro abrazo de una alambrada. La oí balar y al momento me di cuenta de que no marchaba bien la cosa. Así que fui ladera abajo e intenté liberarle torpemente de su penitencia. Con las manos era imposible, y pedí a gritos una navaja a la gente que pasaba por una pista cercana. Me tiraron una, advirtiéndome de su poderoso filo, y con una mano en la cara de la pobre presa y con la otra cortando su tupida lana, pude liberarla en unos interminables minutos. Salió disparada pero tuvo el detalle de obsequiarme con un último balido. A mí me sonó a ¡gracias!
No es la primera vez que rescato a un animal de esta estúpida especie de una absurda agonía y debe de ser mucha mi pericia porque alguien supuso al momento que vivo en caserío. Yo que siempre me he quejado de no tener pueblo al que ir todos los veranos por haber nacido en Bilbao centro.
Fue un día memorable porque, además de poder admirar de cerca el magnífico tejo pude liberar a una pobre boveja del macabro abrazo de una alambrada. La oí balar y al momento me di cuenta de que no marchaba bien la cosa. Así que fui ladera abajo e intenté liberarle torpemente de su penitencia. Con las manos era imposible, y pedí a gritos una navaja a la gente que pasaba por una pista cercana. Me tiraron una, advirtiéndome de su poderoso filo, y con una mano en la cara de la pobre presa y con la otra cortando su tupida lana, pude liberarla en unos interminables minutos. Salió disparada pero tuvo el detalle de obsequiarme con un último balido. A mí me sonó a ¡gracias!
No es la primera vez que rescato a un animal de esta estúpida especie de una absurda agonía y debe de ser mucha mi pericia porque alguien supuso al momento que vivo en caserío. Yo que siempre me he quejado de no tener pueblo al que ir todos los veranos por haber nacido en Bilbao centro.
Pero, vamos a lo que íbamos.
Bilbao, Balmaseda y Nava de Mena. Allí aparco el coche al lado del puente sobre el río Ordunte. Baja embravecido y me acerco a la orilla para sentir su fuerza.
Bilbao, Balmaseda y Nava de Mena. Allí aparco el coche al lado del puente sobre el río Ordunte. Baja embravecido y me acerco a la orilla para sentir su fuerza.
Emprendemos la marcha, cuesta arriba. Pistas sí, pero con encanto. Tienen algo que te atrapa no como las que pillaremos de bajada. La idea es llegar a Burgüeño y de allí acercarnos hasta los Ilsos de Ribacoba, punto de encuentro del Valle de Villaverde con los vizcaínos Arcentales y Carranza. Para postre me guardo la visita a una cota que, según me ha dicho el chivato del féisbuc, va a ser en breve engalanada con un buzón.
Pingüezo
Viento y más viento, las cada vez más lejanas aguas del pantano de Ordunte se agitan alteradas. Alcanzamos la cima de Burgüeño y justo paramos a echar unas fotografías. Ahora toca bajar. ¡Y de qué manera! Pero los mojones de los Ilsos de Ribacoba, a la vista durante este descenso, serán la recompensa.
Burgüeño y toda su parafernalia
Kolitza y Terreros
Una pena que los paneles estén sin su leyenda. No entiendo quién puede tener la maldad de destruir algo que también es suyo. Veo un nombre que llama mi atención en los tres paneles que quedan íntegros en la parte alta. Montes del Infierno. Uy, uy, uy, eso me suena a próxima liada.
Reto a la vista
Paneles explicativos
El camino de vuelta que ahora tomamos tiene un par de flamantes marcas de pintura pero sin continuidad. No obstante, el sendero es evidente y lleno de encanto.
Nos acerca hasta el punto conocido como Siete Fuentes. El Kolitza a babor y el Burgüeño a estribor. Pero ninguno de ellos es nuestro objetivo. El desconocido Pingüezo es la próxima parada. Llegar hasta la cumbre por este lado no resulta complicado. Hay varios acebos y un pequeño resalte rocoso que no requiere trepada. El punto más alto luce hito de piedras y entre ellas descubro una tarjeta. Añado una propia para que, cuando vengan a colocar el anunciado buzón, se la encuentren. ¡Vaya sorpresa! ¡Mira por dónde ha estado ya aquí esa pelandusca!, se dirá Pedro Botero, Pedrolas. Y yo le animo desde aquí: “Kepa”, tú sigue buscando cotas donde depositar ilusiones.
Bajo por la ladera opuesta, entre un atormentado bosque de madroños y robles. Avanzo despacio; hay que usar la cintura. Después se llega a la pista. Fea, no; más que fea. Esto en bici de montaña, puede; pero para andarla, resulta muyyy aburrida. Los montes de la Peña, La Sierra de la Magdalena, el Diente del Ahorcado, ellos sí que se muestran atractivos.
Llegamos al principio y final de nuestro, primero imaginado y ahora realizado, recorrido. Soñado recorrido. Y terminamos con una foto de uno de mis paisajes urbanos favoritos, si no el más querido. SOÑAR. Que nadie se atreva a robarte tus sueños.
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