Cuando terminé de escalar los últimos metros de hielo quebradizo, me asomé al sol. La imagen me sobrecogió: la línea nítida de la cornisa cortaba la sombra con la luz de la ladera virgen donde sólo las pisadas de Igor Illarramendi, que caminaba delante de mí, dibujaban una traza paralela al borde de la cornisa. Detrás, las dos cimas puntiagudas del Shaqsha lucían una sombra azulada con el sol estrellándose detrás. Clavé los piolets en la ladera horizontal y tirando de ellos me subí a la planicie de la ladera. Avancé unos metros para tensar la cuerda y asegurar así la escalada de Jordi Rovira, que venía detrás de mí.
Al amanecer habíamos intentado escalar la arista suroeste del Shaqsha, conocido también como Huantsán Chico, una Montaña injustamente abandonada al sur de la Cordillera Blanca (Perú): el absurdo de la búsqueda de lo más (lo más difícil, lo más alto, lo más extremo) relega a los cinco mil y pico metros de esta Montaña a una soledad que la vuelve más hermosa si cabe.
Habíamos intentado escalar su arista suroeste, que se define tentadora y blanca. Pero cuando nos pusimos debajo de ella nos sorprendió una profunda nieve azúcar de escamas grandes en la que resultaba imposible meter ningún seguro. Así que desistimos.
Como no pudimos subirnos al Shaqsha, en la retirada decidimos escalar el montículo achatado que el Shaqsha tenía al lado.
Y después de subir su pala helada en ensamble asegurándonos a estacas y tornillos, llegamos al sol, desde donde disfrutamos de unas vistas privilegiadas de la esbeltez del Shaqsha.
Supusimos que ese discreto montículo ni siquiera debía de tener nombre.
Tal vez nunca nadie estuvo antes sobre sus cinco mil cuatrocientos y pico metros.
Así que, por si acaso, lo bautizamos con el nombre de Shaqsha Chico, o Huantsán Chico Chico.
Y después de subir su pala helada en ensamble asegurándonos a estacas y tornillos, llegamos al sol, desde donde disfrutamos de unas vistas privilegiadas de la esbeltez del Shaqsha.
Supusimos que ese discreto montículo ni siquiera debía de tener nombre.
Tal vez nunca nadie estuvo antes sobre sus cinco mil cuatrocientos y pico metros.
Así que, por si acaso, lo bautizamos con el nombre de Shaqsha Chico, o Huantsán Chico Chico.
Fotos: Eider Elizegi, Jordi Rovira (vagamontañas)
(Recibido en Mujeres de Pyrenaica / Pyrenaicako emakumeak: 12/07/2010)
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