El valle del Miera es un valle que transmite paz y tranquilidad por todos sus rincones. Un valle todavía salvaje que conserva ese aire que nos transporta a otras épocas donde los hombres transportan la carga en caballos, portean la hierba recién cortada a sus espaldas y viven en pequeñas cabañas aisladas del mundanal ruido.
Sus cimas son modestas en altura aunque los grandes desniveles a superar hagan que no desmerezcan en absoluto frente renombradas cimas de otros lugares. La escasez de caminos marcados, hitos y otras señalizaciones hacen que exprimamos nuestras dotes de orientación sintiendo que estamos recorriendo terrenos inexplorados reservados únicamente a los pastores de la zona como lo hacían los viejos pioneros.
Recorrer el valle del río Miera hacia su nacimiento nos recuerda que este curso fluvial en antaño fue glaciar, lo que corroboran las escarpadas y abruptas pendientes que nos rodean, donde son visibles los restos de las distintas glaciaciones.
Con suerte podremos ver corzos que oscilan su grupa blanca hacia arriba y abajo ofreciéndonos un espectáculo difícil de olvidar.
Un lugar de esos que enamoran y fascinan, a los que una vez descubiertos es imposible no volver.
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