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Gilbo y Cueto Cabrón sobre el puente y embalse de Riaño. |
Mi hija se va de
vacaciones y me deja de okupa al Rubio. No llevo nada bien pasear perro por
Bilbao tres veces al día y de ahí que decida poner yo también pies en polvorosa. Cuando
nos despedimos les digo: “Ya sé que no os interesa (nada de preguntarme a dónde
me voy, todo discreción por su parte), pero he reservado habitación en un
pueblo que se llama Boca de Huérgano. Queda cerca de Riaño, para que os situéis
en el mapa”. Pues, vale.
Siempre llevo
algo para hacer de camino y esta vez toca una circular con inicio y final en
Barniedo de la Reina haciendo cumbre en el Pico La Rasa (2088 m). Como el día
es joven y está bueno para andar, y siguiendo mis malas costumbres, en el
primer collado que nos sale al encuentro me desvío del camino para alcanzar una
cota que no estaba en el programa. Mi acompañante es muy bajito y le tengo que
ayudar para cruzar una zona de escobas porque el avance se le hace penoso.
Luego seguimos en ascenso hasta la imprevista cima, Los Calares (1650 m) sin
nada fuerte digno de destacar.
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Cima del Pico La Rasa (2.087 m) |
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El Venero y, asomando por detrás, Espigüete |
Volvemos a pillar
el track que llevo y que sigue el trazado de la PR-LE 54. El camino es ancho y
cómodo, de los que me aburren un poco. Llega el momento de desviarnos y dejar la
monotonía de la pista. Pillamos una cota de paso, Alto de la Varga (1.721 m) y
la vista se me va a una cima caliza muy bonita, que me cita desafiante por la
derecha: el Venero. “No, me digo. Otra
propina, no”. Y más que por mí, pienso en el pobre chucho que, para que veáis
lo mucho que me quiere, cuando le abro la puerta del coche rumbo a alguna
travesura (travesía, no; travesura), le tengo que decir cinco veces eso de
“aúpa” para acabar finalmente cogiéndole del pescuezo y subirle al asiento a la fuerza. El camino hacia la cima no es nada del otro mundo y
hacemos cumbre, fotos y paradita.
Vuelta a
Barniedo; un poco de turisteo, guasap varios y para Boca de Huérgano. En
recepción hago los trámites pertinentes e inquiero los datos que me preocupan:
horario de cena y desayuno. Fácil, a las 8 y a las 8. Maravilloso. Soy la
primera en llegar al comedor para la cena y la simpática camarera me dice, a
modo de disculpa, que mi horario inglés (sic) le pilla descolocada.
Curiosamente, la segunda mesa que se ocupa la compone un matrimonio de habla inglesa.
La noche es fresca y me congratulo por haber metido el plumas en la maleta.
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Arco Iris sobre Riaño. |
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El justamente afamado Roblón del Sestil de la Mata |
Nuestro segundo
día en la zona amanece con diez grados, un cierzo del carajo y una niebla
pertinaz. Voy hasta Horcadas como tenía previsto, pero una vez allí, después de
media docena de paradas por el camino para fotografiar un magnífico arco iris
que me ha tenido embelesada, decido que
mejor nos volvemos por donde hemos venido. Me ha parecido que el tiempo estaba
mejor en Boca y también tenemos cosas en cartera por la zona. Empiezo por
visitar el Roblón del Sestil, magnífico ejemplar del que ya tenía noticias. Un
auténtico monumento natural. Pero el corto
paseo hasta él solo ha sido el entrante de una singladura más ardua. Según
vamos cogiendo altura empiezo a pensar si no estaré boba por seguir adelante a
pesar de la niebla y con el cierzo que sopla. Mojada, peleando con las escobas,
dando ánimos al Rubio para que no se me espante, llegamos al Alto de Mura como
en una pesadilla. Riaño no se atreve ni a sacar a relucir sus dientes y solo
nos deja vislumbrarlos entre ráfaga y ráfaga de niebla. Los preciosos
robledales que encontramos en el ascenso palian a duras penas la pésima méteo.
En el momento en que considero que la cosa está más o menos controlada paramos
a comer algo entre vetustos ejemplares de roble y volvemos sobre nuestros pasos…
hasta que el Cueto Grancia (1.499 m) nos hace un guiño. El sol quiere abrirse
paso entre la niebla y se nota más calorcito, es decir, no hay excusa para no
tirar hacia arriba. Intentamos después bajar por la ladera opuesta porque en el mapa
consta que hay sendero, pero lo han colonizado de tal manera los brotes de
roble y los pinos que nos tenemos que dar la vuelta, con el listillo
precediéndome en la innoble retirada. Menos mal que no sabe hablar porque me la
tiene jurada y acabaría en comisaria por maltrato animal.
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Los dientes asoman de vez en cuando |
Bajamos ahora al
encuentro con el fondo del bondadoso valle para concluir en una cañada
ancestral que nos lleva de vuelta a Boca de Huérgano. Esta noche me ofrecen
para cenar un plato típico de la zona que lleva dentro el sabor del invierno.
Tercer día en la
zona. Gaurko temperatura bat gradukoa da. ¡Un grado! Como te lo cuento. Pero se
lleva con dignidad o al menos eso me parece. Entrar al coche es como hacerlo en
un congelador. Despacito por la carretera para darle tiempo al sol a que
caliente un poco, nos acercamos hoy también hasta Horcadas para intentar de nuevo la abortada ruta del día anterior,
pero esta vez tiramos para arriba. Cogemos el PR-LE 25 camino del Puerto de
Horcadas, empezando en el sentido de la Hoz de los Escalones. Alcanzamos las
llamativas Peñas del Diablo a las que alguien llamo así, echándole imaginación
al asunto, por su color rojizo y su forma de llamas. Subimos después el Pico
Hato (1.744 m) y de allí nos vamos al Pico Loto (1.088 m). Vértice, buzón y
alegría porque la ocasión lo merece. Seguimos con la circular hasta la Piedra
del Agua (1.784 m), que en realidad son dos, una de ellas con un belén en su
cima. Y para volver a enlazar con el PR, transitamos por lo más hondo del valle
de Peña Llampa. Más adelante, el sendero balizado nos recibe con un dilema a
resolver: volver a Horcadas por la Hoz Oscura y completar una circular
perfecta, o subir hasta el puerto de Horcadas para hacer un circuito. Me
inclino por la circular y, cómo no, luego en el pueblo, charlando con el de la
Derby, me arrepiento de mi decisión
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Las Peñas del Diablo y el Pico Hato (1.749 m) |
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Final de la Hoz de los Escalones con el pueblo de Horcadas a la vista |
Cojo por banda a dos lugareños y les
pregunto por una fuente de 6 o 7 caños de la que algo he leído. Uno de ellos me
informa de que está en el puerto de Horcadas. Me lamento de mi mala suerte y de
mis malas decisiones cuando uno de ellos,
después de echarme una mirada valorativa, me dice que todavía tengo tiempo de
volver a subir y conocerla. Le río la gracia y, fanfarrón, me cuenta que él está
a diario para las nueve por allí arriba. “Y ¿a qué hora sales del pueblo?, le pregunto.
“A las ocho”. Me alejo para hacerle un mohín que le indica mi incredulidad.
Entonces me dice que es que sube en la moto hasta el cierre de acceso al Puerto
de Horcadas. “¿Y por qué no me subes a mí en la moto?”” Porque no puede con los
dos”, se ríe. “Mira, ven, que te la enseño. Es una Derby”. Y aunque le reto de
nuevo, recordándole que con una como esa ganaba el recientemente fallecido Ángel
Nieto los campeonatos, la proposición no prospera. Me despido de ellos diciéndoles que entonces
mejor lo dejo para mañana porque volver ahora a hacer lo mismo… pues no. Que
una no es el Killian ni la formidable Maite Maiora.
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La doble cumbre de Piedra del Agua (1.789 m) y el también bicéfalo Pico Loto |
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Cumbre del Pico Loto con mi compañero escondido detrás del vértice geodésico |
De vuelta en
Boca, me voy a la rutilante oficina de turismo que tiene el pueblo. Una
parlanchina empleada me vuelve casi loca con su cháchara incesante contándome
cosas que no me interesan lo más mínimo. Me habla de su perrita, de su familia
y, por fin, de la falta de reposición de folletos. No obstante, se ofrece a
facilitarme fotocopias de lo que me interese. Al consultar el mapa de la zona,
le muestro mi interés por un par de recorridos y, ya de paso, cambio por segunda vez en el día nuestro
objetivo para la jornada siguiente. Ya no va a ser, ni el centenario Lezna de
camino a casa, ni el Puerto de Horcadas y su fuente de La Mata. Arbillos se ha
convertido en nuestro flamante nuevo destino.
Ocho de la tarde.
¡Hora de cenar! Coincido en el comedor con dos parejas inglesas que han venido
en unos viejos Citroen dos caballos. He podido echar un vistazo a los viejos
cacharros antes porque han aparcado delante del hostal. Uno de ellos lleva los
faros sujetos con cinta americana. Como el maletero es mínimo, los asientos de
atrás están llenos con sus equipajes. Hay muchas formas de viajar, está claro.
Lo importante es emprender la marcha.
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Viajar con encanto |
A la mañana siguiente también nosotros emprendemos camino, en esta ocasión el de vuelta a casa, pero por diferente ruta
que la que nos trajo hasta aquí. Paro en Besande y ponemos rumbo a Arbillos
(1.970 m). Hoy hace calorcito y lo que para mí es una gozada supone un martirio
para el Rubio. Subimos en lazadas y llegamos a la enigmática cumbre de
Arbillos. Dicen que los cuatro pilares que allí se encuentran los hicieron los
pastores para guarecerse bajo su sombra. Pero para sombra y grande la de la
imponente silueta de Espigüete que se pavonea a nuestro frente. De vuelta nos
acercamos al Peñón de Arbillos (1.978 m) que, aunque más alto, no tiene ningún
distintivo salvo el típico hito de piedras cimero. En pleno descenso, paro a
quitarme los pantalones largos porque no aguanto el calor y aprovecho la
soledad del paraje para continuar en braga náutica, como solía decir mi a
menudo recordado Josetxu, el de Juventus. No puedo apartar los ojos de una peña
que hemos tenido todos los días como referente en el paisaje. No tengo ni idea
de qué monte es, pero de vuelta en Besande pregunto por su nombre: Corcollorudo (1.751 m). Y como la buena señora
que me ilustra también me dice que tiene una subida fácil y rápida, pues allí
que vamos.
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Arbillos (1.970 m) y el omnipresente Espigüete |
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Los cuatro pilares de Arbillos dan sombra, en esta ocasión, al Rubio |
El Rubio está
reventado, pero no hay una puñetera sombra bajo la que dejar el coche con él
dentro así que no le queda otro remedio que seguirme cabreado (y con motivo).
La subida es como me habían adelantado y no precisamente de las que a mí me
gustan. Pista ancha, de las de andar con paraguas en días de mal tiempo; para
los de BTT o para esquí de travesía. A los montañeros, nos va más otro tipo de
música para las piernas.
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