sábado, 9 de septiembre de 2017

Tres días en el Alto Esla (o lo que es pasar frío en agosto) - Hamlet

Gilbo y Cueto Cabrón sobre el puente y embalse de Riaño.





Mi hija se va de vacaciones y me deja de okupa al Rubio. No llevo nada bien pasear perro por Bilbao tres veces al día y de ahí que decida poner yo también pies en polvorosa. Cuando nos despedimos les digo: “Ya sé que no os interesa (nada de preguntarme a dónde me voy, todo discreción por su parte), pero he reservado habitación en un pueblo que se llama Boca de Huérgano. Queda cerca de Riaño, para que os situéis en el mapa”.  Pues, vale.

Siempre llevo algo para hacer de camino y esta vez toca una circular con inicio y final en Barniedo de la Reina haciendo cumbre en el Pico La Rasa (2088 m). Como el día es joven y está bueno para andar, y siguiendo mis malas costumbres, en el primer collado que nos sale al encuentro me desvío del camino para alcanzar una cota que no estaba en el programa. Mi acompañante es muy bajito y le tengo que ayudar para cruzar una zona de escobas porque el avance se le hace penoso. Luego seguimos en ascenso hasta la imprevista cima, Los Calares (1650 m) sin nada fuerte digno de destacar.


Cima del Pico La Rasa (2.087 m)

El Venero y, asomando por detrás, Espigüete




Volvemos a pillar el track que llevo y que sigue el trazado de la PR-LE 54. El camino es ancho y cómodo, de los que me aburren un poco. Llega el momento de desviarnos y dejar la monotonía de la pista. Pillamos una cota de paso, Alto de la Varga (1.721 m) y la vista se me va a una cima caliza muy bonita, que me cita desafiante por la derecha: el Venero.  “No, me digo. Otra propina, no”. Y más que por mí, pienso en el pobre chucho que, para que veáis lo mucho que me quiere, cuando le abro la puerta del coche rumbo a alguna travesura (travesía, no; travesura), le tengo que decir cinco veces eso de “aúpa” para acabar finalmente cogiéndole del pescuezo y subirle al asiento a la fuerza. El camino hacia la cima no es nada del otro mundo y hacemos cumbre, fotos y paradita.
Vuelta a Barniedo; un poco de turisteo, guasap varios y para Boca de Huérgano. En recepción hago los trámites pertinentes e inquiero los datos que me preocupan: horario de cena y desayuno. Fácil, a las 8 y a las 8. Maravilloso. Soy la primera en llegar al comedor para la cena y la simpática camarera me dice, a modo de disculpa, que mi horario inglés (sic) le pilla descolocada. Curiosamente, la segunda mesa que se ocupa la compone un matrimonio de habla inglesa. La noche es fresca y me congratulo por haber metido el plumas en la maleta.

Arco Iris sobre Riaño.

El justamente afamado Roblón del Sestil de la Mata

Nuestro segundo día en la zona amanece con diez grados, un cierzo del carajo y una niebla pertinaz. Voy hasta Horcadas como tenía previsto, pero una vez allí, después de media docena de paradas por el camino para fotografiar un magnífico arco iris que me ha tenido embelesada,  decido que mejor nos volvemos por donde hemos venido. Me ha parecido que el tiempo estaba mejor en Boca y también tenemos cosas en cartera por la zona. Empiezo por visitar el Roblón del Sestil, magnífico ejemplar del que ya tenía noticias. Un auténtico monumento natural. Pero  el corto paseo hasta él solo ha sido el entrante de una singladura más ardua. Según vamos cogiendo altura empiezo a pensar si no estaré boba por seguir adelante a pesar de la niebla y con el cierzo que sopla. Mojada, peleando con las escobas, dando ánimos al Rubio para que no se me espante, llegamos al Alto de Mura como en una pesadilla. Riaño no se atreve ni a sacar a relucir sus dientes y solo nos deja vislumbrarlos entre ráfaga y ráfaga de niebla. Los preciosos robledales que encontramos en el ascenso palian a duras penas la pésima méteo. En el momento en que considero que la cosa está más o menos controlada paramos a comer algo entre vetustos ejemplares de roble y volvemos sobre nuestros pasos… hasta que el Cueto Grancia (1.499 m) nos hace un guiño. El sol quiere abrirse paso entre la niebla y se nota más calorcito, es decir, no hay excusa para no tirar hacia arriba. Intentamos después  bajar por la ladera opuesta porque en el mapa consta que hay sendero, pero lo han colonizado de tal manera los brotes de roble y los pinos que nos tenemos que dar la vuelta, con el listillo precediéndome en la innoble retirada. Menos mal que no sabe hablar porque me la tiene jurada y acabaría en comisaria por maltrato animal.

Los dientes asoman de vez en cuando

Bajamos ahora al encuentro con el fondo del bondadoso valle para concluir en una cañada ancestral que nos lleva de vuelta a Boca de Huérgano. Esta noche me ofrecen para cenar un plato típico de la zona que lleva dentro el sabor del invierno.
Tercer día en la zona. Gaurko temperatura bat gradukoa da. ¡Un grado! Como te lo cuento. Pero se lleva con dignidad o al menos eso me parece. Entrar al coche es como hacerlo en un congelador. Despacito por la carretera para darle tiempo al sol a que caliente un poco, nos acercamos hoy también hasta Horcadas para intentar  de nuevo la abortada ruta del día anterior, pero esta vez tiramos para arriba. Cogemos el PR-LE 25 camino del Puerto de Horcadas, empezando en el sentido de la Hoz de los Escalones. Alcanzamos las llamativas Peñas del Diablo a las que alguien llamo así, echándole imaginación al asunto, por su color rojizo y su forma de llamas. Subimos después el Pico Hato (1.744 m) y de allí nos vamos al Pico Loto (1.088 m). Vértice, buzón y alegría porque la ocasión lo merece. Seguimos con la circular hasta la Piedra del Agua (1.784 m), que en realidad son dos, una de ellas con un belén en su cima. Y para volver a enlazar con el PR, transitamos por lo más hondo del valle de Peña Llampa. Más adelante, el sendero balizado nos recibe con un dilema a resolver: volver a Horcadas por la Hoz Oscura y completar una circular perfecta, o subir hasta el puerto de Horcadas para hacer un circuito. Me inclino por la circular y, cómo no, luego en el pueblo, charlando con el de la Derby, me arrepiento de mi decisión

Las Peñas del Diablo y el Pico Hato (1.749 m)

Final de la Hoz de los Escalones con el pueblo de Horcadas a la vista

Cojo por banda a dos lugareños y les pregunto por una fuente de 6 o 7 caños de la que algo he leído. Uno de ellos me informa de que está en el puerto de Horcadas. Me lamento de mi mala suerte y de mis malas decisiones  cuando uno de ellos, después de echarme una mirada valorativa, me dice que todavía tengo tiempo de volver a subir y conocerla. Le río la gracia y, fanfarrón, me cuenta que él está a diario para las nueve por allí arriba. “Y ¿a qué hora sales del pueblo?, le pregunto. “A las ocho”. Me alejo para hacerle un mohín que le indica mi incredulidad. Entonces me dice que es que sube en la moto hasta el cierre de acceso al Puerto de Horcadas. “¿Y por qué no me subes a mí en la moto?”” Porque no puede con los dos”, se ríe. “Mira, ven, que te la enseño. Es una Derby”. Y aunque le reto de nuevo, recordándole que con una como esa ganaba el recientemente fallecido Ángel Nieto los campeonatos, la proposición no prospera.  Me despido de ellos diciéndoles que entonces mejor lo dejo para mañana porque volver ahora a hacer lo mismo… pues no. Que una no es el Killian ni la formidable Maite Maiora.

La doble cumbre de Piedra del Agua (1.789 m) y el también bicéfalo Pico Loto

Cumbre del Pico Loto con mi compañero escondido detrás del vértice geodésico

De vuelta en Boca, me voy a la rutilante oficina de turismo que tiene el pueblo. Una parlanchina empleada me vuelve casi loca con su cháchara incesante contándome cosas que no me interesan lo más mínimo. Me habla de su perrita, de su familia y, por fin, de la falta de reposición de folletos. No obstante, se ofrece a facilitarme fotocopias de lo que me interese. Al consultar el mapa de la zona, le muestro mi interés por un par de recorridos y, ya de paso,  cambio por segunda vez en el día nuestro objetivo para la jornada siguiente. Ya no va a ser, ni el centenario Lezna de camino a casa, ni el Puerto de Horcadas y su fuente de La Mata. Arbillos se ha convertido en nuestro flamante nuevo destino.
Ocho de la tarde. ¡Hora de cenar! Coincido en el comedor con dos parejas inglesas que han venido en unos viejos Citroen dos caballos. He podido echar un vistazo a los viejos cacharros antes porque han aparcado delante del hostal. Uno de ellos lleva los faros sujetos con cinta americana. Como el maletero es mínimo, los asientos de atrás están llenos con sus equipajes. Hay muchas formas de viajar, está claro. Lo importante es emprender la marcha.

Viajar con encanto

A la mañana siguiente también nosotros emprendemos camino, en esta ocasión el de vuelta a casa, pero por diferente ruta que la que nos trajo hasta aquí. Paro en Besande y ponemos rumbo a Arbillos (1.970 m). Hoy hace calorcito y lo que para mí es una gozada supone un martirio para el Rubio. Subimos en lazadas y llegamos a la enigmática cumbre de Arbillos. Dicen que los cuatro pilares que allí se encuentran los hicieron los pastores para guarecerse bajo su sombra. Pero para sombra y grande la de la imponente silueta de Espigüete que se pavonea a nuestro frente. De vuelta nos acercamos al Peñón de Arbillos (1.978 m) que, aunque más alto, no tiene ningún distintivo salvo el típico hito de piedras cimero. En pleno descenso, paro a quitarme los pantalones largos porque no aguanto el calor y aprovecho la soledad del paraje para continuar en braga náutica, como solía decir mi a menudo recordado Josetxu, el de Juventus. No puedo apartar los ojos de una peña que hemos tenido todos los días como referente en el paisaje. No tengo ni idea de qué monte es, pero de vuelta en Besande pregunto por su nombre:  Corcollorudo (1.751 m). Y como la buena señora que me ilustra también me dice que tiene una subida fácil y rápida, pues allí que vamos.

Arbillos (1.970 m) y el omnipresente Espigüete

Los cuatro pilares de Arbillos dan sombra, en esta ocasión, al Rubio


El Rubio está reventado, pero no hay una puñetera sombra bajo la que dejar el coche con él dentro así que no le queda otro remedio que seguirme cabreado (y con motivo). La subida es como me habían adelantado y no precisamente de las que a mí me gustan. Pista ancha, de las de andar con paraguas en días de mal tiempo; para los de BTT o para esquí de travesía. A los montañeros, nos va más otro tipo de música para las piernas. 

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