Bueno, pues lo que había de pasar ha pasado. Alguna vez tenía que ser la primera y no me voy a echar las manos a la cabeza. Tampoco tengo intención de decírselo a Lucio, no vaya a ser que cumpla su palabra y la cosa pase a mayores. “Si algún día se le ocurre al hippy ese dejarte tirada, me avisas que le parto la pantalla”, me escribió. Pero tampoco es eso, Lucio; que el pobre no tuvo toda la culpa; para qué nos vamos a engañar.
El desencuentro se produjo hace bien poco y actuó como testigo Golfo, un rubio de ojos no-azules, ansioso y pelín estresante, con bastante buen olfato para el monte pero que, como yo, a veces se pasa de listillo. En fin, ¡vaya par de tres!
Un par de jornadas atrás del día de los hechos, Lontxi me había puesto un guasap diciéndome que un nuevo buzón adornaba el Saltipiñía (1064 m), monte de la Sierra de Mesada. Así que nos desplazamos hasta Aldeacueva y desde allí a Campo Calero con la sana intención de subir a la cima y comprobarlo. Rumbo a Karrantza, tan cerca pero tan lejos… ¡qué largo se me hace conducir hasta allí!
Para preparar la salida antes de emprender la marcha, me metí en Mendikat desde casa y allí leí que el anterior buzón, colocado en su día por el Baskonia M. T., había pasado a mejor vida (es un decir, eh, porque, ¿qué mejor vida podría tener un buzón de montaña que estar en la cumbre para la que fue creado?) y ya de paso me descargué un track de veintitantos kilómetros para pasárselo al hippy.
Pero cuando ya en destino quisimos consultarlo: ¡horror!, la carpeta estaba vacía. Hasta tres veces o más abrí la dichosa carpeta intentando ver el track en el mapa pero lo único que conseguí encontrar fue mi estupidez. Nada de nada; y el hippy impasible dándome claramente a entender que él no tenía la culpa de que yo fuese una cabeza de chorlito y le hubiese cargado con una carpeta kaput. El caso es que como no se molesta en discutirme nada y siempre me da la callada por respuesta, me provoca casi tanta rabia como la que resulta de oír eso de “sí, cariño”, conjunto de dos palabras que se suele utilizar para zanjar una discusión, o mejor dicho, para intentar sacar de quicio a un interlocutor.
Bueno, pues echamos a andar enfurruñados, improvisando como en los viejos tiempos. Tipi tapa cuesta arriba hasta llegar al panel informativo colocado a la entrada al comedero de buitres. ¡Et voilà! Allí, como salido de la nada, nos topamos con un tímido letrero de madera que decía: Senda. Así, a secas. Sin más información. Pues, ¡hala! ¿Por qué no? Y allí nos metimos los tres chorlitos: el rubio por delante, a su bola; el hippy anotando tiempos y demás tecnicismos, y la tercera en discordia con la sonda desplegada en busca de buenas vibraciones.
Hau da dau! Esto no es una senda; es LA SENDA, con mayúsculas. Un Irati en miniatura; un precioso belvedere, que dirían los italianos, que te guía a una altura entre 800 y 850 metros por una selva de hayas, salpicada de helechos, avellanos, acebos y un montón de errekas que bajan de las laderas de la Sierra de Mesada formando juguetonas cascada. Cada vez que el senderillo se cruza con uno de estos saltos de agua encontramos un pasamanos para asegurar el avance; asimismo, han acondicionado el recorrido con rústicos bancos de madera y alguno de piedra donde sentarse y dejarse encandilar por el bosque. ¡Qué descubrimiento!
Golfo iba mosca por el paso cansino que llevábamos. Había que sacar fotos y más fotos, aunque fuesen malillas, pero que servirán de aperitivo para despertar el hambre por conocer la zona en excelentes fotógrafos como Werlisa, quien seguro se pierde en esta media ladera más pronto que tarde. Nos amenazaba en cada parada con darse la vuelta, porque sabe que cuando hay dudas es la decisión que solemos tomar. Tanta parsimonia le tenía confundido (ya he advertido al principio que es un listillo) y más estresado que nunca porque, como siempre quiere ser el primero en olerse la retirada y dar marcha atrás, se veía obligado a ir continuamente en guardia. Pero seguimos adelante, con ilusión por descubrir dónde y cómo terminaría esta maravilla, hasta salir finalmente a una pista ancha que, de seguirla en el mismo sentido que traíamos, nos habría conducido de nuevo a Campo Calero.
Aunque esta información no me la pasó el hippy hasta llegar a casa, porque sabe que al rubio y a mí lo que nos gusta es tirar para arriba a buen paso y que, además, aquí habíamos venido a buscar un buzón y había que intentar cumplir objetivos.
Así que, a base de tirar por el camino de en medio y salvar desniveles de forma absurda, por fin nos encaramamos al cordal y completamos la salida alcanzando nuestro objetivo inicial, aunque el pobre se tuvo que resignar a pasar a un segundo plano, deslucido por el maravilloso e imprevisto descubrimiento de LA SENDA.
De itinerario programado a camino improvisado. ¿Quien dijo eso de que lo que mal comienza, mal acaba?
1 comentario:
Hola Mati, ya sabes que para mí es todo un placer leerte, pero si encima te acuerdas de este eterno aprendiz de fotógrafo y montañero aficionado pues es todo un orgullo.
Esa senda ya la tenía entre mis rutas pendientes, pero es que, como dices, da tanta pereza conducir hasta allí... pero tienes razón, después de ver tus fotos no creo que tarde mucho en dejarme caer por la zona.
Lo del hippy nos ha pasado a todos alguna vez, así que no te preocupes, además tampoco es bueno que te cree dependencia. Está bien porque en un momento dado te puede sacar de algún apuro, pero sigue confiando en tu instinto y, además de seguir visitando buzones, irás descubriendo rincones como La Senda. Por cierto, que entre el hippy y el rubio estoy empezando a ponerme celoso. Ya sabes como son mis salidas montañeras, improvisadas y muchas veces sin un rumbio fijo, pero sería bonito poder hacer alguna de estas rutas contigo.
Un abrazo Mati.
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