jueves, 13 de diciembre de 2018

El fin y los medios: del monte Alen a la ermita de Santa Lucía - Hamlet


El centenario Alen desde Zorrolaseta.



No soy un buen ejemplo a seguir. Lo tengo claro. De todas esas reglas que dicen debe cumplir un buen montañero cuando sale solo a la montaña incumplo la primera y más básica: dejar dicho a dónde se va. Pero es que la mayoría de las veces cambio de opinión sobre la marcha. ¡Qué le vamos a hacer! Ya sea en el mismo coche antes de llegar a destino o incluso una vez empezada la actividad.
La última vez que me ocurrió esto descubrí la ermita de Santa Lucía de Sopuerta, y como hoy se celebra esa festividad, coincidiendo con el día más corto del año —según el calendario juliano—, me ha venido la historia a la memoria.
La cosa empezó según iba conduciendo. Había decidido acercarme a Oriñón y Sonabia, de donde me tendrían que nombrar hija predilecta por las veces que lo visito, cuando pensé que dada la simplicidad del paseo, mejor si lo dejaba para cuando fuese en compañía de alguien de miras menos montañeras que las mías propias. Así que haciendo un repaso rápido de a dónde podría dirigirme desde el lugar en que me encontraba en aquel preciso momento, decidí que salir en Muskiz de la autovía y acabar en Sopuerta era una buena alternativa. A fin de cuentas, el Alen figuraba en el calendario del club como monte fijo y, aunque hacía mucho tiempo que no andaba por la zona, tampoco podría ser tan difícil hacerlo sin llevar algo de referencia. 


Buitres en la ladera del Alen.

Cima del monte Alen (804 m)
Así que pregunté a un habitante de Mercadillo por el barrio de La Baluga para empezar desde allí la ascensión y el hombre me dijo, con seguridad aplastante, que para subir a Alen fuese por el núcleo del mismo nombre. Una es muy obediente y hace caso a lo que dicen los lugareños. Pero la cosa es que mientras subía por la serpenteante carretera con el coche, salió a mi encuentro una flecha de madera con la palabra “ermita” inscrita en ella. Ocurrió en Sel, núcleo de casas del barrio de Labarrieta Alta. Aparqué donde mejor pude, poniendo atención en no molestar a nadie, y comencé a subir en la dirección que marcaba la flecha. A falta de más indicaciones, seguí el camino principal cementado. En una curva me topé con un depósito de aguas y en la siguiente con una casa alargada de dos plantas. Allí me salieron al paso dos escandalosas ocas que alertaron a su propietaria rápidamente. Irene me pidió que no les sacase fotos y, aunque para entonces ya había hecho un par de ellas, quiero respetar su voluntad. Le conté mi intención de llegar a la ermita y me explicó de forma precisa cómo hacerlo. Tan minuciosas fueron sus indicaciones, incluyendo detalles de la historia de la ermita, que cuando llegué a la entrada y, efectivamente, encontré su puerta cerrada como ella ya me había adelantado, me dije a mi misma que a la vuelta de mi paseo trataría de encontrar a la responsable de la llave y ver si era posible visitarla. Y es que lo más curioso de la ermita no es lo que se ve sino lo que solo se puede ver si se pasa dentro ya que está construida protegiendo la entrada a una cueva donde dicen que unos mineros encontraron una talla de la santa.

Ermita de Santa Lucía

Interior de la ermita








Esta imagen se libró de desaparecer bajo las llamas del incendio de la casa donde se guardaba; y es que la ermita estuvo mucho tiempo en ruinas hasta que en 2006 fue reconstruida. El motivo por el que no se quemó fue que en ese momento la tenía Isabel en su casa de Larreineta Baja, quien le estaba confeccionando unas ropas nuevas ya que las que entonces tenía estaban muy deterioradas.
Así que, una vez de terminar con mi cometido montañero, me acerqué a solicitar la llave y ver la posibilidad de visitar la cueva, utilizando el precioso sendero que Isabel mantiene abierto al efecto de poder subir directamente desde su casa a la ermita. La acogida fue extraordinaria tanto que, de buenas a primeras, Isabel se ofreció a subir conmigo. ¡Y cómo subió!; con sus 70 y muchos años, contándome las numerosas vicisitudes por las que ha pasado la ermita y la historia de las dos santas: la de la antigua talla, hoy en día dentro de una hornacina de madera decorada con paredes imitando una cueva; y la de la nueva, encargada ex profeso a una tienda de artículos religiosos de Bilbao. De la primitiva ermita no queda sino la piedra exterior donde se ponía el agua bendita, recuperada de manos particulares y vuelta a su aspecto original (ya que la habían pintado de blanco). Ahora está colocada debajo de una surgencia de agua que cae del techo de la cueva permanentemente, sea la época del año que sea. Apoyada en un soporte que el marido de Isabel construyó para mantenerla en alto, sirve para recoger esa agua y que la gente de fe se lave con ella los ojos para tratar de curar sus males en la vista. Bueno, la piedra... y la talla de la santa que custodia con tanto mimo la pareja en su propia casa. La imagen solo se sube a la ermita, y se coloca dentro de la cueva, el día que se celebra misa por la festividad de la santa; en junio, el primer sábado después de aquélla, aunque caiga ese año en julio.

Piedra de la ermita primitiva colocada para recoger el agua que mana dentro de la cueva

Talla de la santa, ataviada con sus nuevos ropajes, colocada en la hornacina de madera
La ermita se ha ido decorando, con más amor que acierto, a lo largo de todos estos años gracias a la participación de los vecinos. La roca que forma parte de la pared lateral de la ermita la han sacado al descubierto, pero la han barnizado para que luzca “más bonita”; un gran mural adorna la pared más alejada de la entrada…  Y, lo que a mí más me gustó, todavía se conserva parte del suelo de la ermita original.
Gracias, Isabel, por tu hospitalidad, por contarme esta pequeña gran historia y por todo el cariño que habéis puesto tú, tu familia y tus convecinos en mantenerla viva.  

Santa Lucía con su indumentaria original


2 comentarios:

Petamendi@gmail.com dijo...

Me encanta tu estilo , tanto el montañero como el literario. Tengo ganas de conocer a Isabel y lavar mis descreidos ojos con esa bendita agua curativa. Gracias por darme a conocer un lugar tan especial que espero conocer algún día y si no, ya llevo dentro del corazón.

hamlet dijo...

Gracias. Muchas gracias. Y Feliz Año Nuevo para ti y el resto de seguidores del blog.