viernes, 5 de mayo de 2017

Pequeño periplo californiano: el jet lag de un viejo reloj. Desde el borde del Océano Pácifico (Stinson Beach) a la cúspide de los EEUU contiguos (Mount Whitney, 4421 m/14,508 feet).


Parte final del sendero de ascensión al Mount Whitney.

Esta es la versión original que en su día envié a la revista Pyrenaica del resumen de nuestro particular “periplo californiano”. Como el miembro del equipo de redacción al que le asignaron revisar el trabajo hizo labores de censura, lo cual me cabreó mucho, publico aquí el trabajo tal y como se lo envié a Pyrenaica, si bien las fotografías que aporto ahora son diferentes. Tenemos tantas que es una pena que solo gocemos de ellas los retratados. Pues bien, el censor me juró y perjuró en su día que me había enviado el trabajo preliminar tal como iba a aparecer en la revista para que, como autora, le diese el visto bueno, y que no yo habría puesto objeciones; pero el caso es que nunca recibí ese correo. Y, bueno, a mí me gusta mucho más cómo escribí yo el artículo que el resultado final publicado. Ahí va, pues.

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Tengo un viejo reloj Omega, al que le tengo especial cariño; uno de esos a los que hay que darle cuerda.  Murió por inmersión en la Playa del Muerto (Almeria) y resucitó por obra y gracia de Juantxu, en Mungia, a un precio de infarto.
Me lo lleve de viaje y el pobre se volvió loco: las horas se le pasaban volando. Pues bien, a los dos o tres días de nuestra llegada se relajó y volvió a marcar la hora como lo que era: como un reloj.
De vuelta a casa le conté a Juantxu lo sucedido;  con cierto reparo, lo reconozco, no fuese a tomarme por loca. Y él me dijo, impertérrito, que es algo que se puede considerar como normal. Todavía estoy dudando de si me lo dijo en serio o por aquello de que “a los tontos y a los locos, hay que darles la razón”. 

Sé de grandes montañeros que han visto truncados sus planes de ascender una montaña tocados por el mal de altura. Lara me decía que confiaba en sus posibilidades;  pero yo no las tenía todas conmigo. Iñaki  -el tercero en discordia y para más señas, mi hijo-  lleva residiendo en CA  más de dos años y nos diseñó un “acercamiento” que incluía el Mount Tamalpaís, de 784 m/2,571 feet (Condado de Marin), el Mount Tallac, de 2968 m/ 9,735 feet (Desolation Valley), y el impactante Half Dome, 2695 m/8,842 feet (Yosemite), para concluir en el techo del territorio, Mount Whitney, 4421 m/14,508 feet (Sierra Nevada, Sequoia National Park).

Impresionantes sequoias y estupendos senderos.

Consultando mapas.

En la cima del Tam.



Mount Tamalpais (Condado de Marin). Para abrir boca.

Al día siguiente de pisar suelo americano cruzamos el peliculero Golden Gate Brigde en coche alquilado y llegamos a Stinson Beach, en el Condado de Marin. Nuestro objetivo: el  Mount Tamalpais, “Tam” para los amigos. La tachuelilla no llega a los 800 metros de altitud pero su ascensión desde el borde del mar, por capricho expreso de quien esto escribe, nos llevó más de 7 horas entre subida y bajada. La pateada mereció la pena  aunque la niebla nos impidió prácticamente en todo momento disfrutar de las soberbias vistas que dicen tiene esta montaña.
Existen diferentes trails o senderos que te permiten subir desde varios puntos, dependiendo de lo purista que seas o de las ganas que tengas de andar ese día.  Te puedes descargar tracks e ir con el teléfono móvil como guía o pillar una en papel.
El Tam puede presumir de haber tenido un tren que ya en el año 1884 acercaba a los excursionistas hasta pocos metros de su cima donde se construyó  la Summit Tavern, hotel y restaurante; y de haber provocado gritos de asombro a quien se atrevía a subirse en el Gravity car (año 1907), una vagoneta que, ayudada por la gravedad y usando solo unos frenos,  ofrecía a sus usuarios sensaciones dignas de cualquier atracción de feria moderna.
Plagado de  grandes sequoias que esconden los senderos, dispone incluso de un teatro montañés (Mountain Theater) con 3.750 asientos de piedra natural dispuestos en anfiteatro donde ocasionalmente ofrece conciertos y obras de teatro.
La cima E fue  la elegida para colocar una terraza a la que se asomaba la gente para disfrutar del paisaje que desde su altura ofrecía. Hoy en día la instalación sigue en pie, pero cerrada. De momento solo sirve para hacerse la obligada foto de cima con la inscripción que así lo atestigua.
No hace falta pedir permiso para recorrer los trails que conforman el parque. Hay diversas fuentes a lo largo de los mismos.

No todo va a ser montaña y más montaña.

Derrochando glamour en la cosmopolita Santa Mónica.




Mount Tallac. “Parece que he venido de vacaciones con Juanito Oyarzabal”

Eso fue lo que dijo la Reineta cuando se enteró de lo que le esperaba una vez terminada su corta vivencia de turista por la ciudad de San Francisco. Adiós a los tranvías, a la vida cosmopolita, a los leones marinos de Fisherman’s Wharf y al raro clima de la ciudad.
El siguiente hito elegido era Mount Tallac, estrella destacada del Lago Tahoe. De camino, comimos sopa caliente y pollo asado, comprados en un supermercado. Elegimos las típicas mesas Oso Yogui, y nos vimos torpedeados con las enormes piñas que nos lanzaban los altos pinos.
Al llegar al pequeño parking, coincidimos con dos personas preparando sus mochilas para comenzar la ascensión.
Un panel de madera guarda el cuadernillo, tipo talonario, que se debe cumplimentar para conseguir un permiso. No es necesario pagar nada; solo rellenarlo.
Esto ya no es una tachuela. Sin tramos complicados y bien definido, el camino va ganando altura de forma cómoda. Vemos una cuadrilla de peones a lo lejos, trabajando en la conservación del camino.  Y aves, tipo perdices, que no se asustan a nuestro paso. La meteo acompaña y las vistas desde la cima recompensan el esfuerzo. No hay absolutamente nada en su punto más alto.
Ya bajando coincidimos de nuevo con las dos personas que habíamos visto en el parking. Nos preguntan si falta mucho.  Nosotros llevamos ya 45 minutos de bajada así que, con semejantes mochilas y al paso que iban, a estos les cogió la noche; seguro. 

Rellenando los permisos.









Los senderos están en continúo mantenimiento.




Half Dome. “Me están empezando a temblar las piernas” 10:40/19:00

El camino inicial que permite contemplar la bonita cascada de Vernal Fall es como la Ruta del Cares en verano, solo que en continua pendiente. Se ve gente de todo tipo. Cuesta avanzar entre la multitud así que haces lo que ellos: parar mil veces y sacar miles de fotos.
Absorto  por el descomunal paisaje, de repente te das cuenta de que prácticamente te has quedado solo, sin saber a ciencia cierta dónde se ha quedado toda esa gente que subía a la vez que tú. El entorno es soberbio.
Una vez más, como en las dos ascensiones anteriores, no hay problemas para seguir el camino.  Un sendero que te hace pensar la cantidad de dólares que habrá costado el hacerlo y el mantenerlo. No es extraño que haya que pagar para usarlo.
A nosotros nos salió el Ranger al encuentro ya casi en la zona de los tan fotografiados y famosos cables. Llevábamos los permisos a pares, dos por cabeza. Por ir de listillos. El caso es que para doblar las posibilidades de que nos tocase la lotería de los permisos, hicimos la petición por partida doble. Nos vimos bendecidos por un doble permiso, que te cargan en cuenta en el mismo momento de la adjudicación. No tienes nada que reclamar porque en las instrucciones ya te dejan bien claro que no te devolverán el importe del mismo.
Escaleras talladas en el granito te van acercando poco a poco a tu objetivo. Tu sentido del vértigo se pone a prueba desde el momento en que tienes los dichosos cables a la vista.
Es recomendable llevar unos buenos guantes, que no resbalen. Tal y como el ranger nos había dicho, hay un agujero en el suelo con varios pares para quien  haya olvidado llevar los suyos.
Si en la zona más baja, al comienzo del sendero, nos advertían de la posibilidad de morir ahogados por una posible crecida de las aguas en caso de introducirnos en el cauce del río, ahora nos advierten de la posibilidad de que nos parta un rayo.
Pero a Lara lo que le paraliza no es el riesgo de tormentas ni de que caigan rayos sino el tembleque de sus piernas al acercarse a la pared. Sube cuatro o cinco tramos hasta encontrarse con uno donde el espacio entre seguros es más largo. No puede continuar.
La gran suerte de encontrar el tramo prácticamente desierto de montañeros se convierte para ella en la mala suerte de no encontrar obstáculos, en forma de personas, que le entorpezcan la visión de la enorme pendiente.  La mejor opción, volver al collado.
Iñaki y yo disfrutamos de la subida y recorremos la larga y achatada cumbre. Hay una cordada subiendo en ese momento justo por la otra vertiente de la montaña. Yo le he dejado mi mochila a Lara y en ella se ha quedado mi máquina de fotos. El móvil no estuvo por labor de proporcionarnos unas imágenes de recuerdo. Me consolaré con aquello que repetía cuando el hacer fotos y rebelarlas salía una pasta: las imágenes quedan en la mente y en el corazón. Difícilmente lo olvidaremos.
Por cierto que los americanos califican esta ascensión como “strenuous”, lo que más o menos viene a decir, extenuante.
Para bajar, optamos por cruzar la parte alta de la cascada Nevada Fall. Los impresionantes Liberty Cap y Mount Broderick nos ofrecieron su lado más fotogénico.  Y una ardilla sinvergüenza y sin miedo se aprovechó de las sobras que nos quedaban, comiendo de nuestras manos.
El Gran Capitán lo vimos con traje de noche,  bajo las estrellas. Paramos el coche a su lado y observamos la hilera de luces que, a modo de collar de brillantes, recorrían su cuerpo. El sueño de muchos escaladores cumpliéndose en una bonita noche del recién estrenado otoño.


El circuito que va de las Nevada Fall a las Vernal Fall reúne a turistas y montañeros. 

Vernal Fall.

¿Cuántos permisos quiere que le mostremos, Mr. ranger?

La monstruosa y atractiva Half Dome.

Liberty Cap y Mount Broderick.







Mount Whitney. “He cogido el peor número” 6:16/12:45 – 13:02/17:40

Una vez en Lone Pine, teníamos que acercarnos a la oficina del parque para participar en la lotería de los permisos de última hora para ascender el Whitney.
Llegamos los primeros pero a la hora de realizarse el sorteo estábamos ya varias personas que componíamos un total de diez grupos. Se metieron en una bolsa diez papeletas e Iñaki sacó la que tenía el número 10. Se daban los permisos por turno y hasta agotarse el cupo.
Lo que en un principio era un “no te creas que me convence mucho subirlo; me parece un aburrimiento tener que dedicar todo un día para ello”, se convirtió en una gran desilusión. A Iñaki ya no le preocupaba el asunto del tiempo a invertir sino las pocas posibilidades que, a primera vista, teníamos de poder intentarlo. 
Nos dio tiempo a estudiar al resto de solicitantes y a sopesar las posibilidades de éxito de cada uno de ellos. Solo guiándonos por las apariencias y por la rabia de que se nos hubiesen “colado”.
Pero finalmente todos conseguimos el ansiado permiso e incluso juzgamos el sorteo como una jugarreta para tenernos en vilo a los aspirantes. Los funcionarios viven este paso previo con tanta ilusión como el que va a ascender la montaña. En este caso, el a menudo infantil carácter americano nos viene muy bien a los foráneos.
Y el día ha llegado. A las cinco abren el comedor del hotel y a esa hora desayunamos. Recorremos en coche los kilómetros que nos quedan hasta el Whitney Portal y empezamos a andar sin todavía despuntar el día, con las mochilas de etiqueta: los permisos colgados,  tal y como nos indicaron. Las bolsas para las cacas no hace llevarlas a la vista.
Avanzamos con las frontales pero pronto comienza a clarear. La roca de las paredes se tiñe de rosa y todo parece indicar que tendremos un día espléndido. 
La Reineta estaba en su salsa. El vértigo la paraliza pero la altura le da alas. Iñaki y yo vamos más justos y le recuerdo constantemente que no corra. “Yo no sé si puedo ir más rápido, le digo, pero tampoco me interesa comprobarlo”. Lo importante es llegar. Subir, y luego bajar.
El camino es largo. Cuando entras en territorio de Sequoia Park te parece que ya tienes que estar cerca; más aún, cuando te anuncian el Whitney trail, donde sabes que la gente suele abandonar sus mochilas. Cuando vuelvas de la cumbre este hecho te parecerá incomprensible. ¿Cómo se puede dejar aquí  la mochila faltando tanto para la cima?
Desde la entrada en Sequoia Park hasta el punto más alto tuvimos como compañera una fina nevada. El 30% de posibilidades de precipitación que pronosticaron el día anterior se convirtieron en el 100%. Durante el descenso los copos que caían pasaron de ser una fina nevada para concluir en una nevada fina. Seguro que fue la primera de la temporada. El frío era intenso y el camino de regreso se nos hizo largo. Cuando llegamos a la zona de acampada más avanzada subía gente. No entendíamos sus intenciones, vista la meteorología.  Tal vez el pronóstico para los siguientes días era bueno.

En el camino de regreso reconocimos a algunos de nuestros competidores con los que habíamos coincidido el día anterior  a la hora de obtener el permiso de subida. La tensión de la 
espera y el estudio cainita que les realizamos fijaron bien su figura y caras en nuestras mentes. Pues bien, a pesar de nuestras negativas valoraciones,  habían hecho cumbre.  Con los que hablamos eran mejicanos. Se habían dado un madrugón de impresión  y empezado a andar mucho antes que nosotros. La bajada, nos contaban,  se les estaba haciendo  interminable… pero  habían logrado lo que querían.

Amanece en Mount Whitney Trail.

Otro magnífico sendero.

Olas de roca en un mar de niebla.

De "etiqueta" bajo la nevada.


Y para terminar.

Que no te engañen cuando te digan que California es barato. Iñaki ha vivido en Ginebra y ya me advirtió de que California era más caro que Suiza. El precio de los hoteles es un espanto y en los restaurantes y supermercados nunca sabes la cantidad que al final figurará en tu cuenta. Para más fastidio, muchas tarjetas de pago te cobran comisión cuando pagas en moneda diferente al euro. 
No obstante, y para equilibrar la balanza, no vas a tener prácticamente necesidad de utilizar tu macarrónico inglés debido al gran número de hispanos que hay en aquel lado del océano. Y, menos mal, porque cuando te toque escuchar las explicaciones del empleado de la tienda de alquiler de bicicletas, tu autoestima alcanzará mínimos históricos y te verás a ti mismo diciendo lo que la Reineta: “tengo ganas de llorar”. Porque con un nivel de inglés medio-alto, no había entendido nada de lo que aquella máquina humana nos había dicho.


5 comentarios:

Robín García dijo...

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un bon voyage. Récit intéressant quoique peu développé. On peut se demander si les monts et les montagnes reflètent bien, sont le mirroir exact d´une région ou d´un pays. Espérons, pour le bonheur de tous, que la Californie n´aie pas la mauvaise idée -et folle- de s´ indépendiser; comme nos malheureux -et fous- amis méditerranéens.

Mujeres de Pyrenaica dijo...

Lamento tu cabreo, Mati.
Los artículos que se publican en Pyrenaica son limitados en texto (hay un nº máximo de caracteres) y en fotos. La extensión la determina la relevancia de la actividad, el espacio disponible y el estilo de la revista.
Si lo recibido es excesivamente extenso se pide al autor/a que lo reduzca o, con su autorización, lo reduce la persona que revisa. Si no hay acuerdo para simplificarlo, no se publica el artículo. Esa es la forma habitual de trabajo de la redacción.
Luisa Alonso Cires
Directora de Pyrenaica

hamlet dijo...

Oui, Robin. J'ai eu de la chance pour avoir fait ce voyage, pas tant pour le voyage mais pour la compagnie.
Admito que está poco desarrollado, pero mi forma de relatar los momentos vividos en la montaña no pasa por collados, aristas, vertientes, rumbos y otras cosas por el estilo. Hay gente muy, pero que muy buena dando esa clase de detalles.
Tal vez sea la suya la forma más apropiada de describir itinerarios de montaña o, al menos, la más objetiva. Las coordenadas y las alturas, aunque los satélites a veces nos guiñen un ojo, no varían mucho normalmente y son iguales para todos.
Las vivencias, sin embargo, son personales e intransferibles, por mucho que queramos contagiarlas a través de nuestros escritos.
De política y de religión, no suelo hacer comentarios.
¡Hasta pronto!


hamlet dijo...

Epa, Luisa!
Conozco la forma de actuar de Pyrenaica. En un par de ocasiones más he visto mis vivencias agazapadas entre sus páginas esperando ser descubiertas por gente que, como tú y yo, sentimos que en la montaña la vida es realmente grande en las cosas más pequeñas.
Sé, por tanto, que los escritos son revisados y luego remitidos al autor para su visto bueno final. Una buena filosofía.
Algo falló esa vez. Las frases que daban entrada a las descripciones de cada una de las etapas desaparecieron. Y para mí eran palabras clave. Tags imprescindibles.
Un besote, Luisa, y ánimo. Estás dando lo mejor de ti. De eso no me cabe la menor duda.

Robín García dijo...

Bonjour Mathilde;

Je ne savais point si je m´adressais à vous, à votre fille ou au tandem des deux. Quand je parlais d´un manque de développement du récit, je ne voulais pas dire, de données géographiques, mais plutôt de données intimes et personnelles, de ce que l´on ressent dans la montagne, de ce que l´on pense en sa présence, si d´aventure la pensée des monts existait. Quand à la politique des partis, je suis d´accord avec vous; je n´en parle point. Avez vous remarqué que le président des français, parle d´amour dans ses discours; qu´il donnera de l´amour à la France? Avez vous remarqué que tous les candidats à la présidence, presque sans exception crient, "Vive la France" ? Pardonneriez vous mes fôtes d´ortograff involontaires; moi qui ne parle plus la langue de nos bons voisins (la langue de Corneille et de Du Bellay; mais aussi la langue de Poulidor) -et futurs alliés_ depuis 1976 ?