Alluitz y Astxiki (785 m), el desfiladero de Atxarte, Labargorri y Txurrusko. |
Sin tiempo casi de sacar las botas mojadas y los
pantalones llenos de barro de la bolsa, me senté delante del ordenador para
enviarle un correo. ”¡No sabía que corriese sangre andaluza por tus venas!”, le
previne, adjuntándole tres fotos con el
“llamativo mojón” que indica el punto donde limitan Abadiño con Durango. Con ese
adjetivo califica él al mugarri en una nota al pie de la reseña de Santikurutz
(407 m) y, como yo mojones he visto unos cuantos, no pude sino dibujar en mi
cara una enorme sonrisa cuando lo encontré esa mañana. “Trabajo de campo,
caballero”, le apostillé, creyéndome ganadora en mi particular batalla. A pesar
de la mofa, había vuelto una vez más a casa entusiasmada. Poco me importó que
el mugarri tuviera un aspecto corriente, que fuese uno más de tantos.
Mugarra (969 m) luciendo perfil en la aproximación a Santikurutz. |
Mugarri Abadiño Durango. |
Había estado por
Durangaldea, con Hugo pisándome los talones. Esa ciclogénesis explosiva que iba
a llegar para esa tarde y que me había dejado tiempo suficiente para subir a
Txurrusko. Pedazo de pan, como su nombre indica, que poco tiene que ver con sus
ilustres vecinos. Ellos, de roca; él,
amable, prácticamente tapizado por la hierba. Estuve ya anteriormente, hace 5
años. Es terrible cómo pasa el tiempo. Fue el incansable Asier quien me
advirtió de su existencia y quien me tentó a llegar hasta su cima mediante el
sucio ardid de enviarme una foto con el buzón nuevecito que lucía.
Txurrusko en el centro de la imagen. |
Buzón de Txurrusko (601 m). |
En esta nueva
ocasión, no era mi intención subirlo. Palabra. Pero estaba tan cerquita y me
tentó tanto la idea, que vencí la tentación cayendo en ella. El verdadero motivo
de mi vuelta a Mendiola fue localizar el “llamativo” mojón de marras. Y tuve la
fortuna de que estando muy cerca del lugar donde yo le suponía viese acercarse un
coche y de que la chica que conducía, en
respuesta a mi pregunta sobre el paradero del mojón, me contestase que no solo
lo conocía sino que ¡está dentro del terreno que ocupa su casa! Y si esto no es
buena suerte que alguien me lo discuta.
Así que, de
vuelta al hogar, después de batallar en carretera contra esa tromba
impresionante de agua llamada Hugo, me dispuse a vivir la segunda parte de la
aventura con la falsa sensación de que ya estaba a cubierto y fuera de peligro.
Pero nada más lejos de ello. Y es que Patxi siempre se guarda un as en la manga
o, para ser justos, muchas horas de estudio e investigación a sus espaldas. Porque,
documentando exhaustivamente su alegato, me hizo ver claramente que el mojón al
que él se refiere en su Catálogo de Cimas de Bizkaia no es precisamente el que
yo había localizado.
Lejos de caer en el desánimo, intento ver la parte positiva del asunto y me digo que ya tengo nuevo objetivo a la vista. Y, así, dos días más tarde vuelvo al lugar del crimen con las coordenadas del llamativo mojón metidas en mi GPS. Salto alambradas y pregunto a los empleados de un vivero que están haciendo labores de poda en el terreno si han visto u oído hablar de un mugarri de proporciones considerables. Uno de ellos me dice que en Durango se celebra anualmente el Mugarri eguna y que hacen una marcha al efecto. Pero ni idea de dónde puede estar el que yo busco. Las coordenadas que llevo me invitan a repasar de nuevo el terreno y… por fin lo veo. Preso, cruelmente rodeado de alambre de espino, importándole tres pepinos al dueño del terreno su glorioso pasado ni lo que signifique.
Mugarri Abadiño, Durango, Izurza |
Le hago unas fotos y me despido de él con tristeza después de
decirle que no hay derecho. No es un mojón llamativo. He visto otros más
grandes, más vistosos y, por supuesto, en mejor situación que la de este pobre.
Su vecino, ese que está a tan solo unos pasos de él en los terrenos de la casa
de al lado, es aún más humilde, pero luce libre y, seguro, que se siente
respetado.
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