martes, 5 de diciembre de 2017

Andoni y Tango. Un paseo por Loiu y Laukiz - Hamlet

Disfrutando del mal tiempo

Le mentí como una bellaca, lo confieso. Cuando me preguntó por las fotos que le había sacado le dije que eran para mí, que no aparecerían en ningún sitio. Aquí una que es muy peliculera y que se temió que me hiciese borrar “los negativos” o que me amenazase con romperme la cámara… o los dientes. Pero, no; nada más lejos de la realidad. Me aclaró que lo que precisamente quería era verlas, tenerlas. Y, aliviada, me ofrecí a hacerle otras más de cerca, unas con la cámara y otras con el móvil. Estaba feliz y se le notaba. Le pregunté por el potro y me dijo que ya era un abuelo. Que lo había recuperado de su inexistente existencia anterior, de dejar pasar los días paciendo sucio y aburrido en una campa. Le hice una carantoña al caballo a la vez que le felicitaba por la suerte que había tenido. Andoni me dictó el número de su móvil para que le hiciese llegar las fotos. Y en esto empezó a granizar y yo… la muy chorlito, me salté a la torera la opción de guardar el número.


Karabezutxikerra desde Akarlanda

No fue precisamente mi mejor día. ¿O tal vez sí? Dada la adversa climatología, me decidí por hacer un recorrido enlazando tachuelillas muy urbanitas. En un momento dado de la caminata, al ir a sacar una foto de unos preciosos robles (mis queridos árboles ejercieron esta vez de ángeles de la guarda) me di cuenta de que se me había caído la cámara y la había perdido. Volví sobre mis pasos, recordando mientras reculaba dónde había sacado la última foto y dónde podía habérseme caído la máquina sin yo darme cuenta. Tenía que ser en uno de los tres pasos con cierre de alambre que había cruzado. Deshice lo andado sí, pero cuando llegué al último punto donde había usado la cámara todavía seguía sin recuperarla. Avancé de nuevo, ahora con más sosiego. Crucé de nuevo la alambrada más lejana al punto de retorno ante el asombro de aquella vaca de enormes cuernos que no entendía esa afición mía a pasar tres veces por el mismo sitio. La hierba era alta y estaba muy mojada. No era fácil localizarla, pero la vi. Algo imposible si no se va buscando. Y ese recular y volver a recorrer el mismo camino fue lo que me hizo coincidir con Andoni y Tango.

Karabezu

Así que cuando llegué a casa, corregí un poco las fotos y me dispuse a enviárselas al orgulloso jinete, me di cuenta de que ¡el número no estaba! Moví Roma con Santiago, envié un guasap a Iñaki para preguntarle si era posible recuperar de alguna manera un número no usado; le consulté también a la Reineta que me dijo, y con razón, que siempre me ando quejando del pobre móvil (¡el pobre móvil! Un Iphone inteligentísimo que cuando le necesito no sabe por dónde le da el aire) y, sin darme por vencida, decidí volver otro día para intentar dar con el caserío donde supuestamente vive el afortunado Tango.

Unbe

Serantes desde el monte Unbe

Así que si esto fue el sábado, el lunes nada más comer volví al “lugar del crimen”. Enseguida vi a Tango en la campa, pero ni rastro de Andoni. Me acerqué a un viejo caserío por ver si había alguien y me daba alguna pista que me ayudase en mi búsqueda. Como no había nadie, me acerqué hasta Tango a hacerle una caricia. Le saqué unas fotos y en eso estaba cuando un señor de edad se me acercó y me preguntó, en ese euskara jatorra que tanto me gusta y tanto me desespera a partes iguales, a ver si me gustaba el caballo. Contesté cortésmente en mi académico euskera armándome una vez más de valor porque sabía que me iba a contestar algo que no iba a entender. Y ¡mira tú por dónde! él conocía a Andoni y me señaló la casa donde vive. Y como me dijo que era muy probable que estuviese echándose una siesta, le dejé una tarjeta con mi número para que se la entregase él más tarde. Jesús. Ese es el nombre del enlace.

San Miguel de Lauroeta.




En el viaje de vuelta recibí un guasap. Andoni me decía que ¡vaya detallazo (detalle itzela) lo de las fotos! Pero es que una es así. No sé dar mi palabra y luego no cumplirla. Además, y como alguna vez acertó a decir alguien, aunque no tengo cabeza ¡todavía tengo unas buenas piernas!

Luz de tormenta.





1 comentario:

Robín dijo...

La aventura empieza en la aurora. En la aurora de cada camino. Buena luz.