En
La Rioja alavesa, bajo la mirada de la Sierra de Toloño/Cantabria y rodeado de
viñedos, encontramos un espacio abierto en todos los sentidos: a la belleza, al
silencio y a las montañas que lo acogen, “un
museo megalítico al aire libre” de estética ancestral. La naturaleza y el
arte se entrelazan, se acompañan, un encuentro con el paisaje…
Al
llegar, nos sorprende la monumentalidad de las piedras como si retrocediéramos
5000 años y en las guías de viaje no estuviese localizado este rincón ajeno al
paso del tiempo. Hemos realizado la ruta de los dólmenes de esa zona quedando encantados
pero, al entrar a este espacio, el diseño nos sorprende y capta nuestra atención,
nos frotamos los ojos porque estamos ante una obra de arte increíble donde la
historia se ha agarrado a las piedras. ¿Una necrópolis? ¿dónde estamos que
nuestro reloj biológico nos coloca a miles de años?
Estamos en el cementerio ateo
creado por Joseba Ibáñez Olalla en 2012 apoyado por
amigos y familiares.
Joseba, un viticultor de
Villabuena que con gran sensibilidad ha hecho realidad su sueño: un cementerio
singular, diferente, que quiere ser una alternativa a los cementerios religiosos
y al aventamiento de cenizas. Basado en una estética megalítica e integrado en
el entorno, plantea un rito funerario inspirado en ritos ancestrales.
“La piedra en sí ya es una obra de arte”…nos dice Joseba, que lo define como una humilde expresión
artística de agricultor, donde los días trabajando la tierra se hacen monótonos
y él ha sabido esquivar dotando a sus campos de arte milenario con un gusto
exquisito. Es un lugar con sólo billete de ida…
Sin
contaminación ni carreteras que lo atraviesen entre viñas nos dejamos llevar
por los megalitos que vamos encontrando maravillados ante la magnitud de
las piedras.
Este
espacio singular contiene diferentes esculturas megalíticas, en hilera,
solitarias, con ventanas abiertas y cerradas, un círculo celta, un crematorio, crómlech,
dolmen y lápidas colocadas en un espacio equilibrado que ha ido colocando uno
por uno con grúa y excavadora en estos años. Las piedras, hilarriak, que representan
a las personas fallecidas, podrán ser talladas o marcadas con símbolos o
referencias que le identifiquen, así nos dice Joseba.
Una
persona o una familia pueden comprar una piedra, la trabaja o la marca con
símbolos que le identifican para que cuando muera pueda tener una referencia de
su existencia. En la tierra se depositan las cenizas al pie del menhir elegido y
en ésta se coloca una placa que identifica a la persona, la urna no se entierra.
Viticultor y artista, Joseba ha
creado una obra con trascendencia: este cementerio, lugar de paz y el recuerdo
integrado en la naturaleza con humildes aspiraciones a recinto sagrado… “Tierra me siembro en ti para que me crezcas…” escribe Jorge
Gay
Al
visitarlo nos recuerda a la estética del maestro Oteiza y Chillida, más allá de
lo perceptible a los sentidos: dentro/fuera, los círculos y su magia…Por sus piedras pasa la luz, el aire, la energía
creadora: cada año y cada estación de sus viñas.
“Lo
que no existe dice tanto como lo que existe…”, los vacíos
de Oteiza, la desocupación del espacio y la desmaterialización para crear vacío
y espacio rodeado de montañas, el crómlech como figura circular símbolo de la
conexión de tierra y cielo. Pero Joseba es fiel a su sentido ancestral y
neolítico, mucho antes que nuestros escultores vascos, tiene
claro lo que desea crear y ver en sus tierras y como escribe Herman Hesse “las palabras no sirven para explicar un
sentido secreto…”
Los círculos celtas nos aportan sosiego en la visita. “Ese delicioso rebote de un rayo de sol en
una vieja piedra…” como diría Cortázar.
Este
lugar tan especial, adquirió notoriedad a mediados de septiembre de 2016 cuando
el colectivo Ekiloreak organizó un acto de Memoria Histórica para homenajear a
los fusilados por el franquismo, cuando se cumplían 80 años del golpe militar de
1936.
Entre
sus creaciones está un viñedo de colores que engalana sus viñas con piedras
talladas de símbolos solares. El atardecer resalta la belleza de las figuras, el
equilibrio y el orden natural… (tendré que volver para que el sol vespertino
entre por cada círculo mágico).
Este terreno transmite fuerza,
sensibilidad, coherencia, estar en tierra segura, en paz, un lugar para el recuerdo…un
lugar para quedarse.
El paisaje nos regala una bonita
estampa : viñas adornadas con una inusual nieve que todo lo arropa y embellece.
Foto cedida por Joseba
Ibáñez.
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