Tengo una
cuadrilla de fieles que controlan mis andanzas que más parece de enemigos que de
amigos. Las lindezas con las que me piropean son muy variadas: que si ya no
tengo edad para hacer esas cosas, que vaya montañera de pacotilla… Solo una de
ellas bastaría para bajar la moral y la autoestima a cualquiera. Pero os vais a
fastidiar todos porque seguiré haciendo chorradas mientras la ilusión me empuje y las piernas me
aguanten.
Hace nada me lanzaron otro de esos dardos envenenados. “Soy el organizador… patatín, patatán… anímate y participa”. Así que al día siguiente y aprovechando que las circunstancias a las que todos estamos sometidos no nos dejan ir muy lejos, me voy a ver lo que se cuece sobre el terreno. ¡Hay que ver lo poco que cuesta convencerme para salir a la montaña! Llego al aparcamiento de El Regato, me pongo la mochila a la espalda sin siquiera quitarme el forro polar que llevo y… tira pa’arriba. Así, la muy machota, sin calentar y como si fuese una más de los participantes de la popular Subida a Artxanda. Subo ligerita, me despisto unos segundos en Santa Lucía, pero sin más contratiempos llegamos el sorprendido Rubio y yo al monolito establecido como meta, sudando la que esto cuenta a gota gorda y el otro como si tal cosa. Así a lo tonto.
Foto del momento y guasap a Tuco. Su respuesta en forma de emoticono no sé si significa que soy muy gallo o una gallina. Por si acaso, me voy a abstener de preguntarlo.
|
Monolito de Argalario |
|
Desde Peña Mora se ve el mar |
Mi compañero y yo seguimos progresando. En “las zonas expuestas” (esto de ver el tiempo en la tele
enseña mucho vocabulario) hace un viento frío del carajo. Mendibil, Peña Mora y
el atractivo paisaje de La Arboleda llamándome como a Ulises los cantos de las
sirenas. Y como quiera que “la mejor
manera de vencer a la tentación es caer en ella” (eso no lo digo yo sino Oscar
Wilde, ni más ni menos) allí que nos vamos el listillo y yo para combinar el
montañismo con el turisteo. El viento frío cede según perdemos la poca altura
ganada y el paseo entre pozos y esculturas hace que el atractivo del lugar sea
aún mayor de lo que ya en sí es. La visita a La Arboleda es del todo recomendable incluso ahora que
bares y restaurantes se encuentran, obligatoriamente, con la persiana bajada y
las míticas alubiadas en stand by. El parque es una delicia, lleno de
esculturas y bonitos rincones. Lleno de historia reciente, con paneles
colocados en un mirador que explican al curioso el pasado del lugar y la
importancia de ese pasado en el paisaje actual. Disfrutón, no… lo siguiente,
que dicen los modernos.
|
El tenedor con Peña Mora a su izquierda y Mendibil a la derecha |
|
Museo al aire libre |
|
Pirulí de Mendibil enmarcado por la escultura |
|
Uno de los paneles informativos. Mendibil y Arnabal |
|
El Rubio posa delante de otra de las esculturas |
Así que después
de este baño de cultura y de belleza, el Rubio y yo reanudamos nuestro camino.
De nuevo de abajo para arriba. Hacemos cima en Arnabal y emprendemos la bajada
para llegar al punto donde hemos iniciado la aventurilla de hoy. Pero, y esto
se ha convertido en una enfermedad, no bajamos sin más sino que me dejo llevar
por la curiosidad y, a veces, por la mala leche. Pero, ¿aquí no había una
fuente? ¿Y dónde demonios está ahora? Cartelones desafiantes de Finca
particular. Prohibido el paso. ¡Hasta en tres lugares diferentes! Sitios por los
que yo ya me había metido anteriormente, entre ellos el camino que lleva a la
singular cueva de El Elefante.
Llegamos de nuevo
a la plaza de El Regato y prometo a Tuco enviarle mi track para que vea que he
participado en el Medio KV de Argalario. Pero, sin cronómetro. Porque yo voy al
monte a perderme y no a luchar contra un aparatejo, Albertuco Tuco.
|
Cueva del elefante |
De dónde habrá sacado esta mujer esa mala leche tan eróticamente montañera ?
ResponderEliminar