miércoles, 15 de diciembre de 2010

Campo de Hielo Sur (Patagonia) - María Ángeles Sañudo


Fitz Roy y Cerro Torre


Se conoce por Campo de Hielo Sur una gran extensión de hielo continental de unos 400 kms, la tercera más grande después de la Antártida y Groenlandia, enclavada en Patagonia. La mayor parte está en territorio chileno y de ella se desprenden hasta 48 glaciares, algunos tan conocidos como el Viedma, el Upsala o el Perito Moreno. Nuestra intención es recorrer durante varios días una parte de este campo de hielo, siendo el punto de salida y llegada la pequeña localidad argentina de El Chaltén.

Cuando llegamos a este enclave se cumplen al dedillo las normas básicas de la Patagonia y nos recibe un viento frío y huracanado, presagio de lo que nos esperaba en los siguientes días. Dedicamos una jornada a los preparativos del material, incluyendo en esta actividad el montar y desmontar varias veces las tiendas en medio del vendaval, ejercicio cuya utilidad pudimos comprobar después durante el recorrido.

Una furgoneta nos traslada desde El Chaltén, siguiendo la pista paralela al río Las Vueltas, hasta que al llegar a la confluencia con el Río Eléctrico abandonamos la comodidad del vehículo, nos cargamos las pesadas mochilas y empezamos a caminar bajo la lluvia y el viento que, afortunadamente, no son todavía muy fuertes. Además como la primera parte del camino transcurre por un bosque de lengas, estamos algo resguardados.

Al cabo de unas 2 horas y media llegamos al paraje conocido como Piedra del Fraile donde tras picar algo continuamos camino, ya a campo abierto. Pronto nos toca cruzar el río Pollone, que desciende por nuestra izquierda, ancho y bastante cargado de agua por las lluvias, para lo que cada uno escoge su propia técnica: los más lanzados se dedican a saltar de piedra en piedra, con algún que otro chapoteo; otros optan por descalzarse. De una u otra forma, todos nos refrescamos los pies.

Morrena del glaciar Marconi

Tras unas cinco horas de caminata alcanzamos lo que será nuestro primer campamento, “la Playita”, a orillas del lago Eléctrico. Durante la subida nos hemos cruzado con tres ó cuatro grupitos que se volvían para abajo sin haberse ni asomado al hielo, después de haber aguantado como jabatos varios días en este sitio esperando en vano que mejorara el tiempo. No es algo que precisamente te suba la moral, sobre todo cuando ves que el viento y la lluvia arrecian sin compasión.

Montamos las tiendas sobre un suelo que, por lo menos, es liso y cómodo, y las sujetamos con pedruscos del tamaño de mesillas de noche por todo su contorno. Pero a pesar de las piedras, de que estamos a resguardo de unas grandes rocas, y de que (por ahorrar algo de peso), estamos tres personas en una tienda de dos, el viento y la lluvia nos zarandean durante toda la noche como si fuéramos una coctelera y pasamos buena parte del tiempo sentados sujetando las varillas de la tienda.


Al día siguiente la situación no sólo no ha mejorado sino que ha ido a peor, los vientos llegan a los 130 kms. hora y llueve con una fuerza tremenda, lo que nos mantiene inmovilizados.

Y al tercer día más de lo mismo, hasta el punto que en un momento en que dos de los inquilinos salimos a duras penas fuera de la tienda, vemos como ésta “corre” por el campamento con el tercer ocupante en su interior y arrastrando las piedras que teóricamente la sujetaban. Increíble. Después de volver a fijar la tienda hacemos recuento de daños y de existencias y decidimos que el siguiente día es nuestra última posibilidad: o tiramos para arriba o nos volvemos por donde hemos venido porque con este tiempo es un suicidio meterse en ese desierto de hielo y además vamos a andar muy justos de comida.

Pero esta vez no se cumple la ley de Murphy y el cuarto día, aunque no amanece bueno ni muchísimo menos, parece que el temporal va amainando por lo que, a media mañana, abandonamos el lago Eléctrico y nos ponemos en marcha hacia el Paso Marconi.


Hacia el paso Marconi

En el glaciar Marconi

Remontando el glaciar Marconi

Tras un inicio fácil el glaciar se pone muy pendiente y aparecen bastantes grietas por lo que nos encordamos, nos ponemos los crampones y seguimos subiendo lentamente hasta llegar al collado donde nos quedamos con la boca abierta viendo cómo se abre ante nosotros el alucinante panorama del Campo de Hielo. Aquí cambiamos los crampones por las raquetas, pasamos parte de la carga de las mochilas a los trineos y, ya desencordados, continuamos avanzando hasta llegar a nuestro segundo campamento tras más de siete horas de marcha…. ¡y secos!

Porteo con trineo

Cordada en el desierto blanco

Paisaje en el Hielo Sur

El lugar donde vamos a montar las tiendas está en medio de la nada y por supuesto sobre la nieve, por lo que la técnica es un tanto particular: primero hay que construir tirando de pala un muro de bloques de nieve como de metro y medio de altura para que defienda las tiendas de los embates del viento. Después, y a falta de piedras para asegurarlas, hay que enterrar el material pesado (raquetas, crampones, bastones), anclar las tiendas a ellos y apisonar nieve por encima. Y todo con muchísimo cuidado de no dejar guantes, ni ropa ni nada a merced del viento porque igual no lo recuperas. En fin, nada que ver con esos campamentos de los trekings de Nepal a los que llegas y te sientas tranquilamente a degustar el té y las galletas. Aquí hay que currárselo bien.

La siguiente etapa se presenta tranquila: terreno llano, las raquetas se deslizan suavemente y la tormenta y los negrísimos nubarrones, aunque nos vienen pisando los talones no llegan a alcanzarnos. Como nos dirigimos al sur, llevamos a nuestra izquierda durante un buen rato el cordón Marconi. El paisaje es absolutamente impresionante y aunque queremos ser originales y no utilizar esos términos tan manidos de “desierto blanco”, “inmensidad helada” y otros parecidos, no conseguimos encontrar nada más descriptivo. Y aún así, es difícil explicar con palabras lo que se siente metido ahí adentro.

Circo de los Altares

Agujas Heladas

El Torre se esconde

Agujas en el Hielo Sur

Después de unas horas de andar el terreno se vuelve algo más irregular y empiezan a aparecer grietas. Hay que andar con más cuidado buscando los pasos adecuados y además los trineos se desequilibran, se atascan y vuelcan doscientas veces, con lo que la marcha se vuelve más lenta. Y para añadirle interés al tema, las fuertes ráfagas de viento que nos azotan hacen que a veces tengamos que pararnos y casi tumbarnos en el suelo para que no nos tiren. Sin embargo todo llega y después de varias horas alcanzamos el Circo de los Altares, lugar donde vamos a acampar.

Si antes no había encontrado palabras para definir el paisaje, en este punto ya me siento tan abrumada que ni siquiera lo intento. Estamos en un circo glaciar rodeado por el Cerro Torre, el Standhardt, el Egger y varios picos más. Un poquito por detrás la cara Oeste del Fitz-Roy, del Poincenot…. Impresionantes aristas quebradas y heladas agujas puntiagudas apuntando directamente al cielo. El tiempo ha ido mejorando y entre las nubes que entran y salen asoman retazos de deslumbrante azul que hacen destacar aún más los hongos de hielo que nos rodean. Si además ya has visto todos estos montes desde el otro lado, por su parte Este, el espectáculo es todavía más sorprendente.

Cerro Torre

Un alto en el camino

Después de pasar aquí otra noche continuamos recorriendo esta inmensidad dejando a nuestra izquierda el Cordón de las Adelas, primero por nieve, luego por hielo en el que poco a poco van aumentando las grietas y al final, abandonando el glaciar Viedma buscamos una salida a tierra firme. Es un terreno de morrena en el que los continuos sube-baja por los bloques de piedra, las tremendas ráfagas de viento que nos hacen perder el equilibrio, y la pesada carga que llevamos a la espalda, hacen un tanto penoso el avance. Al alcanzar la laguna de los Esquís donde en un principio pensábamos acampar, a la vista del tiempo y de las condiciones cambiamos de planes y decidimos seguir avanzando hasta el refugio Paso del Viento, al que llegamos tras diez horas de dura marcha. Sin embargo ha merecido la pena porque la cabañita está situada en una campa verde y florida junto a un precioso riachuelo, una especie de paraíso en miniatura. Dormimos con el sosiego especial que nos da el hecho de tener un techo y cuatro paredes, sin tener que pasarnos dos horas trabajando antes de meternos en el saco.


Laguna de los Esquíes

Laguna glaciar

Glaciar Quervain

Al día siguiente tenemos que volver sobre nuestros pasos durante algo más de una hora y luego, tomando dirección Este, remontar una fuerte pendiente hasta alcanzar el Paso del Viento (nombre que no obedece a una casualidad), collado con unas magníficase vistas sobre el glaciar Viedma y el Hielo, por un lado , y la laguna Toro y valle del río Túnel por otro. Desde aquí toca descender hacia el valle entre pedreras, que en algún momento se ponen tan pendientes e inestables que nos obligan a entrar en la lengua del glaciar Túnel, recorrer un tramo por su superficie y volver luego a salir a la morrena. Y como atracción especial, nos toca cruzar una espectacular tirolina sobre las rugientes y agitadas aguas del río Túnel. Continuando valle abajo, en unas ocho horas desde el inicio de la etapa arribamos a la laguna Toro, lugar de nuestro último campamento, ya a resguardo de los elementos en medio de un bosque de lengas.

Laguna Túnel

Hacia el Viedma

Saliendo del Viedma

Paso del Viento y glaciar Viedma

Tirolina en el río Túnel

La última etapa, que ya se desarrolla entre hierba, riachuelos y vegetación, comienza con una ascensión hasta la Loma del Pliegue Tumbado donde nos extasiamos durante un buen rato contemplando la hermosísima vista del Fitz Roy. Luego vamos descendiendo suavemente hasta El Chaltén, que nos acoge nuevamente tras seis horas de marcha poniendo fin a este círculo tan especial que hemos trazado por este confín de la tierra.


María Ángeles Sañudo
Fotos: Iñaki Carranza

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