El Cáliz |
Al ver publicada en un diario local una galería de fotos titulada “Recorrido por los lugares del mundo que ya no existen”, me he acordado de la escapadita que nos regalamos a principios de año la Reineta y yo. En buena hora!, porque si nos lo llegamos a pensar un poco, nos coge todo este asunto del confinamiento que lo más lejos que nos deja movernos es a 50 metros de casa y, eso, si te deja el perro. Porque el Rubio, que es tan listillo, cuando llegamos a una distancia que él considera prudente, se planta y no hay quien le haga seguir adelante. Pero, bueno, no nos desviemos del tema.
Resulta que los dos primeros días de nuestra miniescapada tuvimos un tiempo estupendo para la época del año (corría el mes de enero), pero el tercero se torció la cosa. Y cuando íbamos dirección al puerto de Navacerrada con idea de subir Cabeza de Hierro Mayor, echamos una miradita al cielo y, en vista de lo visto, paramos en el arcén para consultar al señor Google —ese que lo sabe todo— qué podíamos hacer que no nos obligase a desviarnos en exceso de nuestro camino. Y mira tú por dónde, la suerte quiso que acabásemos en La Pedriza.
Lara y los simáticos Sepul y Fernan |
Como no
llevábamos ni un puñetero track metido en el GPS, cuando llegamos al
concurridísimo aparcamiento de Puente de Cantocochino y vi que en ese
momento se estaban poniendo la mochila a la espalda dos tíos aparcados en la fila
anterior a la nuestra, no tuve el menor reparo en asaltarles a preguntas para asegurarme de empezar con buen pie nuestra aventura.
Estaba claro que
ese día teníamos a la diosa suerte de nuestro lado porque no solo conocían el
lugar que habíamos elegido sino que se ofrecieron a acompañarnos hasta el punto donde su destino y
el nuestro nos obligarían a separarnos. Nuestros simpáticos guías eran dos
bomberos de un parque de la comunidad de Madrid, de nombre Fernan y Sepul, que
andaban como todos los integrantes del cuerpo de bomberos de cualquier lugar
del mundo: como gamos o como cabras. Elijan ustedes mismos. Y si bien yo tuve
una época en que salía a la montaña con alguien que me decía “la gacela”, de
eso ya ha llovido bastante. No obstante, la ilusión me movía rauda y seguía de
cerca a nuestros guías. A Lara le costó algo más la gesta porque ella es más de
gimnasio (y ahora cabréate conmigo, Reineta).
El caso es que todo este rollo que estoy metiendo viene al hilo de la galería de fotos antes comentada y porque, en aquella inolvidable jornada, pasamos por una roca llamada “El Cáliz”, que vaya usted a saber cuánto durará en su actual forma y sitio. En resumen, que va por ustedes, lectores de Mujeres de Pyrenaica.
El caso es que todo este rollo que estoy metiendo viene al hilo de la galería de fotos antes comentada y porque, en aquella inolvidable jornada, pasamos por una roca llamada “El Cáliz”, que vaya usted a saber cuánto durará en su actual forma y sitio. En resumen, que va por ustedes, lectores de Mujeres de Pyrenaica.
La Momia |
Además, como hoy
me siento generosa, también les presento a “La Momia” a quien in situ confundí con un humilde saltamontes. ¡Qué poca imaginación la mía!
No hay comentarios:
Publicar un comentario