Faraglioni (Los Farallones) en la bajada hacia el Faro desde el Monte Solaro (589 m). |
Ya habíamos estado en Capri en julio del 2008. Fue aquel nuestro segundo viaje organizado a través de una agencia y, de momento, ha sido el último. Del primero, a Turquía, no teníamos mal recuerdo (a pesar de que nos timaron, en un hábil juego de intercambio de monedas por billetes), pero de este segundo volvimos con la firme convicción de que nos lo montamos infinitamente mejor cuando vamos a nuestra bola. Así pues, para que la imagen de Capri nos dejase de perseguir insistiendo en que no lo habíamos visto todo, Lara aprovechó la circunstancia de que los vuelos a Nápoles estaban muy baratos y me regaló una estupenda escapada de una semana a tierras del suroeste italiano. Pero hemos cumplido nuestro objetivo solo a medias porque, si en aquel entonces nos habían impuesto tiempos y lugares, dejándonos sin hacer multitud de cosas, en esta última visita hemos visto parajes que nos han gustado demasiado como para borrarlos del mapa de futuros destinos. Luego me temo que, eso de que “no hay dos sin tres”, lo tenemos sentenciado.
Monte Cappelo (514 m) |
El Monte Cappelo desde el telesilla |
Llevábamos reservada una noche de hotel en Capri y unos
billetes para cruzar a la isla en ferry. Como comprobamos ya demasiado tarde,
la decisión de coger los billetes de barco por internet no había sido buena.
Cobran un buen recargo, pero no lo supimos hasta comparar lo que nosotras
habíamos pagado con los precios en taquilla. Una vez en la isla, dejamos las
maletas en la recepción del hotel y, aunque el tiempo no era muy estable,
salimos sin perder ni un solo minuto para subir a patita al Monte Solaro (589 m),
máxima altura de la isla. Y digo a patita, porque existe un simpático telesilla
que utilizamos al día siguiente consiguiendo hacer doblete y, de paso,
disfrutar del excelente paisaje que se ve desde la cima y que la niebla nos impidió contemplar ese primer día.
El ascenso es muy
sencillo, de los de hacer en zapatillas o incluso en sandalias de trekking. Jalonado
por las estaciones de un Vía Crucis va cogiendo altura de forma suave. Desde el
collado de Cetrella, se puede optar por alcanzar una segunda cumbre, Monte
Cappelo (514 m), a decir verdad, más montañera que la del Solaro. Allí al menos
hay una cruz y una verdadera cima, no como en la principal donde una gran
explanada con servicio hostelero, hamacas, mesas y sillas ocupa toda la cumbre y
donde está, además, la estación superior del telesilla.
Cima del Monte Solaro |
El perímetro W de la isla desde la cima del Monte Solaro. |
La intención
no era subir para volver a bajar por el mismo camino sino seguir el perímetro de la isla hacia el W
utilizando el Sentiero dei Fortini y llegar desde el techo de la isla a tocar el mar,
concretamente en la Grotta Azzurra (Gruta Azul). Aquella anterior vez, en 2008,
llegamos al lugar en barco. El estado del mar fue medianamente bueno porque llegar, llegamos y entrar, entramos. Todo ello
siguiendo la parafernalia que los hábiles remeros usan al efecto: con sus
cánticos y todos los ocupantes agazapados en el fondo de la embarcación,
mientras se accede al interior valiéndose de una cadena instalada al efecto.
Pero el viaje desde el puerto hasta las cercanías de la gruta, la espera con el
mar meciéndonos, el posterior cambio de embarcación por otra más pequeña, y el
trayecto en ella hasta el interior de la cueva, no es apto para el estómago de
cualquiera. Lara se mareó y ella, a la que tanto le gusta bañarse, no pudo hacerlo en las azules aguas del interior de la gruta.
El faro de Punta Carena |
Sentiero dei Fortini |
Después de unas
cuantas horas de marcha, llegamos a una explanada, última parada de autobús
urbano, donde hay un par de locales y nada de información de cómo acceder a la
gruta. Preguntamos al único ocupante de uno de los chiringuitos, que en ese
momento daba por concluida su jornada laboral, cómo podíamos acceder e intentó
amargarnos la escapada con su respuesta. Nos dijo que la mar había estado muy
revuelta, que no había funcionado el servicio de botes para entrar a la gruta en
todo el día y que no se nos ocurriese acercarnos solas porque estaba muy
peligroso.
Bajamos, un tanto derrotadas, un tramo de escaleras y nos
encontramos con un lugareño pescando. Lara intenta charlar con él. El hombre
tiene unos profundos ojos azules y es parco en palabras. Pero al vernos allí,
indecisas, sopesando si entrar en las frías aguas y pasar a la cueva ayudándonos
con la cadena, se sonríe. Animé a Lara a
zambullirse, le dije que difícilmente lo iba a volver a tener tan cerca, que ella
es buena nadadora y que se iba a arrepentir si no lo intentaba. El pescador, a
diferencia del mal bicho del chiringuito, le animaba también con tímidos gestos
afirmativos reflejados en su cara.
Por fin Lara se metió con reparos en el mar,
diciéndonos a gritos que el agua estaba helada, mientras se acercaba recelosa a
la boca de la cueva; la marea alta casi tapaba la entrada. Pasó adentro
valiéndose de la cadena y salió casi de la misma. Me dijo que era más grande de
lo que recordaba y que volvía a entrar para verla, entonces ya más tranquila y
decidida.
Información del sendero. |
Lara sale, aterida del frío, de las aguas del mar Tirreno |
Cuando salió del
agua estaba tiritando de frío, pero rebosante de satisfacción. Había vencido el
miedo inicial para conseguir lo que tantos años venía siendo un deseo.
Pero aquí no
acababa la andada. Teníamos que llegar a Anacapri donde estábamos alojadas y,
para ello, tuvimos que volver a coger altura. Una vez allí nos entretuvimos en
la plaza de la iglesia para ver una boda (era martes y nos sorprendió la
celebración de un enlace un día laborable) y, cuando nos faltaban apenas trescientos metros para llegar al hotel,
se desató una impresionante tromba de agua. La madre naturaleza parecía querer
vengarse de mí por no haber tenido el valor de zambullirme en las frías aguas
del Tirreno.
Ruta seguida |
Así que, lo
dicho: no hay dos sin tres. Seguro.
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