jueves, 25 de enero de 2018

Bai, bai, bai, Urdabai! - Hamlet


Atxapunta es un cono perfecto.





Miércoles. Sale un día magnífico, falso preludio de un mañana invernal que ya llevan anunciándonos desde el domingo. Así que hay que aprovechar. Voy dispuesta a hacer los deberes que yo misma me dicto. Hay unas cuantas cotitas en la zona de San Pedro de Atxarre que quiero explorar y voy preparada, mentalmente, para lo peor. Que todos sabemos cómo se las gasta el dichoso encinar cantábrico que tapiza las laderas de estos montes costeros.


Rastros de jabalí en la corteza de los árboles.

En la cima de Igartu.



Y a pesar de estar preparada para lo peor — mentalmente, repito— lo que es en materia física he vuelto a pecar de insensata. Sigo rastros de jabalí muy evidentes en forma de bañeras improvisadas y de achuchones a los árboles infligidos por los revoltosos animalitos; la tierra removida por sus hocicos y las pequeñas raíces que quedan al descubierto. 

Voy con el Rubio y con el hippy, como suelo acostumbrar. No llevo tracks porque no los hay o yo no los he encontrado. El hippy me indica hacia dónde debería moverme para alcanzar las más obstinadas que yo, si cabe, cimas. El Rubio es único volviendo sobre nuestros pasos para sacarme de esos laberintos impenetrables y falsos que son los lapiaces. Voy bien acompañada; sin duda. Uno me arrastra hacia arriba y el otro me lleva de vuelta. 

Una vez más, y no será la última, me encuentro rodeada de elementos hostiles. La zarzaparrilla me pone la zancadilla hasta tres veces; caigo fatal porque no se puede caer de otra manera en este terreno y, a la tercera, caigo peor que mal. Mi rodilla izquierda queda al borde de una roca cuchilla y me digo a mí misma que de buena me he librado. Aunque voy con pantalón grueso y largo, y mis brazos están protegidos por dos mangas, las manos, e incluso la cara, no se libran de los arañazos. Compré unas tijerillas de podar bonsáis para llevarlas en la mochila y zafarme de los abrazos traidores de la zarzaparrilla, pero siempre me las dejo en casa. Mi afán de reducir el peso al mínimo me juega estas malas pasadas.

La Reineta me confesó un día que cuando era pequeña y nos repartíamos los festivos para dar cabida a las aficiones de los dos progenitores, los domingos de buen tiempo cuando oía las canciones infantiles que yo ponía para que se despertasen ella e Iñaki eran de "¡no!¡al monte, no!". Y me temo que el Rubio, cuando oye abrirse la puerta de su casa y ve que está entrando el sol por la ventana, diga exactamente lo mismo: ¡mierda de monte!


La isla de Sandindere y la de Txatxarramendi.

San Pedro de Atxarre.



El caso es que en terreno propio de jabalí, él lo tiene mucho más fácil que yo. Como los basurdes tienen un cuerpo tres o cuatro veces más voluminoso que el suyo, se encuentra con el camino lo suficientemente limpio como para moverse más o menos de forma cómoda. Todas las ramas podridas de la humedad, en las que yo me apoyo obstinadamente, se rompen solo con tocarlas, y toda la zarzaparrilla, que no hay forma de romper ni a bastonazo limpio, me los dejan a la altura de mis muslos, pecho y cabeza. Cuando ya de vuelta en casa me quite la ropa para meterme en la ducha, el suelo se llenará de trozos de ramas y hojas que, por increíble que parezca, se habrán metido por el cerrado escote que llevo.

Así que, en esta ocasión, después de dos tontorras de lo más peleonas (te pongo los nombres, para que te vayas familiarizando con ellas: Kolaio e Igartu), cuando cojo camino balizado a San Pedro de Atxarre, me sabe a gloria bendita. Llegamos a la cima; no hay absolutamente nadie. Toda esta maravilla solo para nosotros. El Rubio seca los charcos que encuentra en la cima. Yo trato de sacar fotos de las imágenes que hay dentro de la ermita, en un intento infructuoso por salir airosa de esta nueva batalla. Estamos solos, y veo detalles que en anteriores visitas no había visto, consecuencia de subir en días festivos o de andar ligeritos tratando de seguir el ritmo que conlleva participar en marchas organizadas.

Saco fotos de esa maravilla que son las marismas, la playa de Laida, la isla de Sandindere, la de Txatxarramendi, el perfecto cono de Atxapunta, la ermita de Santa Catalina de Mundaka, el espigón del muelle de Bermeo, la deseada isla de Izaro, la Gaviota, Gametxo  y ese cerrado encinar que me ha tenido hace nada al borde del colapso.

Mitra o solideo papal, como corresponde a San Pedro.

Interior del templo.






Perdemos altura por la otra vertiente para llegar ahora a Akorda. Me río para mis adentros al ver a la entrada de un bar un azulejo donde pone Ave María Purísima; el concepto de templo puede diferir muy mucho dependiendo de la religión de cada uno. Y recuerdo haber oído en más de una ocasión eso de “me voy a la parroquia”, refiriéndose a la taberna.

Las encinas parecen bailar en Dantzaleku.

Lo humano y lo divino.



Le hago un corte de mangas a Gametxogane porque ya estoy  bastante exasperada. Más incluso que la reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas. Y subimos el último repecho de la jornada. Una ladera de jóvenes eucaliptus parece querer que borremos el mal sabor de boca que hayan podido dejarnos las encinas, las zarzas y el terreno cárstico. Craso error el mío; los últimos metros los hacemos de nuevo sumergidos en el encinar, aunque esta vez el pequeño suplicio tiene su recompensa. ¡Desde la cima de Kurtzio se ve San Pedro!

Desde Kurtzio se ve San Pedro de Atxarre.

La isla de Izaro vista desde Gametxo.




Y para rematar la jornada, entramos en el bien cuidado césped del establecimiento hotelero que hay en Gametxo. El sol ha perdido mucha fuerza y pronto se meterá tras las alturas de Sollube. Y como reflexión del día, la de siempre que me acerco a esta reserva de la biosfera: ¡para qué viajar a las Antípodas teniendo Urdaibai tan cerca!

La gaviota.

Atxapunta, principal ejemplo de encinar cantábrico en la margen izquierda.





2 comentarios:

  1. Urdaibai es una zona que todos los veranos está en mi agenda, pero lo de los zarzales y el lapiaz no es lo mío, prefiero cosas más relajadas, será la edad, que va haciendo mella… yo me tiro más por las marismas y la observación de las aves, no sabía que algo tan aparentemente insulso como sentarse en uno de los observatorios habilitados en las cercanías del Urdaibai Bird Center podía resultar tan gratificante. Prismáticos al cuello y telescopio terrestre al hombro, cual naturalista entusiasmado, allá me planto yo más de una tarde de agosto hasta que el sol comienza su declive, momento en el que me acerco hasta las inmediaciones de la cueva de Santimamiñe para ver si consigo alguna foto decente de ese entorno mágico que la rodea.
    Lo siento, pero no he podido dejar de esbozar una sonrisa al oírte decir que tienes unas tijeras de podar para ocasiones como esta, aunque siempre te las dejas en casa. Es que te he imaginado metida en medio de un zarzal, con ropa de montaña y mochila a la espalda, pero con una enorme pamela, en cuclillas, como si estuvieses podando unos rosales en un jardín…
    Un abrazo Mati.

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  2. Conseguir dibujarte una sonrisa me parece un gran halago, así que no te disculpes, Lucio. Llegará el día en que las circunstancias me obliguen a ser la protagonista de esa estampa que describes, más propia de un cuadro de Degas —por la pamela— que de una exploradora. Pero, de momento, y a pesar del dicho que dice que "la que no tiene cabeza no necesita sombrero", la próxima vez que me imagines, cúbreme la cabeza con un salacof porque la pamela no duraría ni el primer asalto.

    Muxu pottolo bat.

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