Ander - como es fácil de adivinar por su nombre y por las fotos- no es una chica y, aunque este blog está pensado para mujeres, me apetece hablar de él y contaros nuestra pequeña y gran aventura.
Aquel sábado de agosto por la mañana hacía un día muy bueno. Sol en el cielo y no demasiado calor; fenomenal para ir al monte, si bien finalmente pasamos frío en el camino. El objetivo era el Txindoki (1342 m) pero no por su camino normal sino por su afamada arista oeste.
Ander, muy vivo él, ya en la aproximación a la pared adivinó que aquello no iba a ser como otras veces. Le dijo a su aita que era la primera vez que tenía que andar tanto con los bártulos al hombro para hacer escalada. Que nunca antes había llegado a la cima de un monte con todo el material a cuestas y que a ver por qué íbamos por allí si había otro camino bueno “allí abajo”.
Ander ha subido montes y hecho ferratas en varios países. No le da ningún miedo enfrentarse a una pared ni a ningún andamiaje metálico. Está muy familiarizado con expreses, ochos, cintas y mosquetones. Siempre que ha ido al monte ha sido con su aita y, la mayoría, también con su ama; no con monitores ni con extraños. Y bien pronto se dio cuenta de que aquello iba a ser diferente.
Después de un acercamiento por hierba, tieso pero fácil, llegó el momento de vestirse para la ocasión. Una vez bien pertrechados, bajo la atenta supervisión de Miguel Angel, éste se fue para arriba colocando material no sin antes habernos explicado lo más esencial. Bueno, Ander ya se lo sabía y no pudo ser para mí mejor maestro. Él iba recogiendo los expreses y colocándoselos en el arnés con gran cuidado; no vaya a ser que se nos cayese uno y ¡adiós; la hemos liado!
Como de momento es un hombre en pequeñito, ya para empezar tuvimos que recurrir al compañerismo puro y duro. No alcanzaba él la primera presa y me ofrecí yo a ayudarle para poder avanzar. “Venga, tú pisa primero aquí y luego aquí”, le dije señalándole mi muslo y mi hombro. No tenía él muy claro eso de pisarme solo para su comodidad pero fue práctico y no sé lo pensó demasiado.
Avanzábamos tranquilos, sin ninguna dificultad ni siquiera en los pasos más verticales. El problema lo encontramos cuando la exposición, el patio –que dicen los entendidos-, hizo acto de aparición. Y Ander seguía sin entender por qué teniendo un camino tan fácil por allí abajo estábamos nosotros allí enriscados.
Pasamos dos momentos de gran tensión. El peor de ellos en el segundo diedro de la vía. Miguel nos explicó cómo teníamos que hacer el movimiento y también añadió que nos íbamos a encontrar patio al otro lado. Y allí nos quedamos Ander y yo. Unos larguísimos minutos sin que mi experto compañero de cordada se decidiese a ver lo que le estaba aguardando al otro lado.
Lo único que se me ocurría decirle a nuestro superhéroe es que no se iba a caer. Que aita estaba más arriba, con la cuerda bien tensa, cuidando de nosotros. Y que, en el caso de que no alcanzase su presa, aita le tenía bien sujeto para que no le pasase nada. Ander y yo no hubiésemos subido más seguros ni acompañados de todos los ángeles del cielo.
Pero no había forma de convencerle. “Dile que no tire tanto; que me dé un poco más de cuerda”, se quejaba.
¿Y cuál era el problema que no nos dejaba avanzar? El más frecuente de todos y el más absurdo a la vez. Ander no tenía miedo a lo que veía sino precisamente a lo que no quería ver. No es que no pudiese dar ese paso decisivo sino que no se atrevía a darlo. Y él, que iba de segundo, tuvo que dejarme pasar a mí para que yo comprobase lo que había allí… ¿cómo lo habrá hecho aita?, me preguntaba. Y aita, más arriba, sin contacto visual ni por voz con nosotros, con la incertidumbre de no saber bien qué pasaba y de ver que el tiempo corría y nosotros seguíamos atascados.
“Venga, que puedes; solo tienes miedo. Dame la mano a mí, como en las películas” Pero yo no le convencía. Ni la cadena de expreses que colocamos entre él y yo en el seguro más próximo para que se pudiese aupar más fácilmente. Fue solo cuando decidió por sí mismo que allí no podíamos quedarnos los tres hasta que alguien viniese a rescatarnos cuando le ganó la batalla a su miedo y dio aquel paso gigante hacia adelante. “Menos mal que no ha venido ama”, concluyó. Y empezó de repente a trepar hacia arriba, como una lagartija en un día de sol, cantando y contando historias que me hacían ser feliz y pensar ¡qué grande es ser niño!
Pasado el atasco, progresando en ensemble en terreno ya menos expuesto, Miguel Angel –“ese hombre con barba, largo, delgado, raro, a veces huraño, amablemente duro, en ocasiones brusco, siempre directo y sobre todo responsable”, como le definió en el pasado un amigo común - explicaba a su hijo que hay que aprender a superar los miedos. ¡Qué derroche de paciencia y amor! Y qué jugosas las réplicas de Ander, reflexionando y razonando con su aita.
Así, llegamos primero a la cota de Erlabeltzeko puntie (1312 m), con su elegante cruz de acero inoxidable y, un poco después, envueltos en la niebla que hacía rato nos acompañaba, a la cima de Txindoki. ¡Campeones, txapeldunak, oé, oé, oé!
Pero no fue mi mayor premio de ese día el haber hecho cima por la célebre arista -lo siento, Miguel; las hay desagradecidas-. Mi mayor premio fue que, ya de bajada por el camino fácil que Ander veía desde nuestra atalaya de subida, cuando tú le preguntaste: ¿Querrás volver otro día?, este superhéroe de carne y hueso, y 8 años, te contestase con otra pregunta: ¿Y va a venir también Mati?
El día 1 de septiembre fue el cumple de Ander; cumplió 9 años. Y le llamé por teléfono para felicitarle. ¿Dónde estás?, le pregunté. En Pirineos. En Tempestades. “He roto techo”, añadió con orgullo.
Pues te debo un buen tirón de orejas, chaval, o, mejor dicho, dos. Uno por tu cumpleaños y otro por no haberme avisado para acompañarte en tu nueva aventura; que en eso quedamos aquella noche cuando nos despedimos dentro de la furgo de aita.
¡Ah!, por cierto. El único obstáculo que conozco que pueda por ahora con Ander es el sueño.
Tengo un recuerdo muy bonito de la arista, también con su momento de tensión en como dar ese paso.
ResponderEliminarMuy bien como narras la vivencia de como llegar a su cima sin ser por la vía normal.
Ander ¡¡aupa txapeldun!!