domingo, 12 de septiembre de 2010

Huayna Potosi: intento fallido - Eider Elizegi telletxea

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Benja, Jordi y yo, convertidos en los tres mosqueTOneros con mochila, nos fuimos hacia el Huayna Potosí: queríamos intentar la vía francesa. Pero nuestra salida fue saltando de desacierto en desacierto, y nuestro Huayna Potosí acabó convertido en el Huayna PotoNÓ.





Lo primero de todo: nada más salir de La Paz, aún entre las calles desordenadas de El Alto, nuestro taxi pinchó la rueda. Así que se arrastró hasta un taller y, con nuestras botas de plástico sobre el asfalto, tuvimos que esperar a que repararan el pinchazo.
Cargados con unos mochilones de órdago, comenzamos a subir por el camino hacia el Refugio Alto mientras los hombres, las cholas y los niños porteadores nos adelantaban corriendo cargados con aguayos más pesados que nuestras propias mochilas.


Una vez en el refugio, decidimos no montar la tienda y aprovechar la calidez, la comodidad y la seguridad del refugio (si duermes dentro, es menos probable que la gente del refugio te robe).



Al día siguiente nos levantamos con el sol. Cargamos otra vez con los muertos a la espalda y comenzamos a ascender por el glaciar que, desnudo por la sequía, el receso de los glaciares y la temporada avanzada, se exponía duro y desnudo en hielo vivo. Los crampones chirriaban campanillas de cristales y metales clavándose en el agua rehelada por la noche.


Después de superar palas y de atravesar grietas y emociones obedeciendo a una traza trillada por las pisadas de tantos guías que han arrastrado a la Montaña a tantos clientes a lo largo de toda la temporada, llegamos a una zona desde la que la perspectiva del Huayna nos recordaba a las fotos que habíamos visto tomadas desde el Campamento Argentino. Queríamos dormir allá arriba para tener tiempo de dibujar la traza hasta la base de la pared esa misma tarde, y así salir de madrugada hacia la pared con la aproximación agilizada. Pero por más que recorrimos la traza arriba y abajo, siempre con la mochila imprimiendo con ímpetu nuestras pisadas contra la nieve helada, no encontramos ni tiendas, ni rastros de tiendas sobre la nieve. Ni tampoco encontramos un lugar de acampada que nos convenciera a los tres: donde el primero no veía grietas, el segundo veía seracs, y donde el segundo no veía seracs, el tercero veía grietas. Así que, después de comer, beber y charlar sentados sobre el glaciar durante un buen rato tranquilamente, acabamos bajando los mochilones de nuevo hasta el refugio, donde ninguno de los tres veía ni grietas ni seracs.




Pasamos la tarde desencontrándonos entre sueños y comidas. Decidí no salir hacia arriba al día siguiente: sin mí, Jordi y Benja tendrían más posibilidades de éxito. Pero a las 2 de la madrugada ninguno de ellos se levantó: Benja no tenía noticia del plan (estaba dormido cuando nos acostamos) y Jordi arrastraba como recuerdo de la mochila un dolor lumbar que no le dejaba descansar. Así que, por muy deliciosa que se nos mostrara la pared, ni siquiera llegamos a su base. Y sin embargo mereció la pena…




Eider Elizegi Telletxea

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