viernes, 8 de octubre de 2010

Blue Mountains, el aura azul de los eucaliptos australianos - Luisa Alonso Cires

Hay quien dice que el color azul de las Blue Mountains se debe a un proceso de difusión de la luz conocido como el efecto Mie. La gente australiana prefiere creer que son los aceites de las hojas de eucalipto que al evaporarse impregnan la atmósfera de una bruma azulada. En el estado de Nueva Gales del Sur, a unas pocas horas de Sydney, hay una zona de montañas de arenisca, de más de mil metros de altura, que forman gargantas en las que han quedado atrapados miles de árboles. Su extensión se acerca a los 1500 kilómetros cuadrados. Por su riqueza y biodiversidad este parque nacional australiano ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad.
 
Three Sister

Las Blue Mountains fueron ocupadas hace miles de años por los pueblos darug, gundungurra y wiradjuri, que se consideraban ligados física y espiritualmente a la madre tierra, a los animales y plantas, por lo que respetaban y cuidaban el entorno como parte esencial de sus culturas.

En el siglo XIX, llegaron a la parte sur los colonizadores Lawson y Wentworth, descubrieron carbón y esquisto en sus entrañas, y decidieron quedarse para explotar sus recursos. Ellos y los que les siguieron, con la ayuda de convictos, fundaron pueblos en la parte superior de la falla, horadaron centenares de galerías en sus profundidades para extraer los minerales, construyeron senderos en el mismo precipicio para acceder a las minas e instalaron raíles para las vagonetas que sacaban el mineral. En definitiva, cambiaron el paisaje.

Afortunadamente la minería fue rentable por poco tiempo, hasta 1930. Entonces, empezaron a llegar los habitantes de Sydney, que huían del tórrido calor de la ciudad en verano. El turismo se convirtió en el principal recurso de la zona.
 
 
En el año 2000, la UNESCO concedió a este lugar el título de Patrimonio de la Humanidad reconociendo el valor universal de la vegetación de eucaliptos, la variedad del hábitat de sus pantanos, humedales y herbazales, y la existencia de numerosas plantas endémicas y de especies reliquias (wollemia, microstrobo y acrophyllum).
 

Uno de los accesos del parque se encuentra en Katoomba (1030 m), donde varios miradores permiten contemplar el precipicio de arenisca que cae en vertical  y la espléndida e infinita mancha verde que forman los árboles en el fondo de los valles. Se pueden recorrer varios senderos, en la parte superior de la falla o en las profundidades del bosque.

 
En 1934 se acondicionó el sendero Prince Henry Cliff Walk, llamado así por el príncipe Henry de Gloucester. Hoy en día recorre el borde del precipicio por la parte superior desde el Scenic World, en un extremo de Katoomba, hasta Leura. Arranca cerca de la Forber Step, un camino con más de mil escalones habilitados para bajar hasta el fondo del bosque.
 

En sus 5 km, pasa cerca de las cascadas de Katoomba, se une a otros senderos cortos y se asoma al vacío en múltiples miradores con nombres tan significativos como Cliff View, Lady Darley, Queen Elizabeth, Wollumai, Lady Carrington, Tallawalla o Millamurra. Además se acerca a una de las atracciones de la zona, las tres rocas llamadas Three Sister, sagradas para los gundungurra y un icono del turismo de la región. Cerca de ellas, pasa junto a la Giant Stairway, que baja en aguda pendiente hasta el fondo del bosque, con sus casi 900 escalones, algunos horadados en la roca, otros metálicos, instalados junto a pasamanos quitamiedos.
 
 
El Federal Pass es un sendero construido en 1900 con donaciones de la comunidad de negocios de Katoomba, que pretendían atraer visitantes a la zona. Discurre por la parte baja de la falla, en las profundidades del bosque, desde el área de las cascadas de Katoomba hasta las cascadas de Leura.
 
 
Un trayecto apasionante para descubrir eucaliptos milenarios y árboles de troncos inabarcables, protegidos del viento por la espesura, regados por múltiples regatos y cascadas, con sus raíces envueltas en un manto de hojas y ramas que evitan la erosión del terreno y protegen su manto natural. Un mundo misterioso, silencioso, hasta lúgubre, donde no llega el sol ni el viento.


 

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